Estaba a punto de terminar la segunda vuelta. Iba por el
kilómetro veinticuatro cuando, por el rabillo de su ojo mental, empezó a sentir
que se acercaba una gran sombra. Su mente le susurraba que ya había corrido más
que en toda su vida, que había pasado su límite de veintidós kilómetros.
Empezaron a aparecer
algunos malos pensamientos. No quería pensar en ellos; no debía hacerlo.
Enhamed estaba justo en ese punto en el que la mente puede perder el control.
Estaba llegando a su límite. Apretó los puños y siguió corriendo.
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