sábado, 4 de junio de 2016

Capítulo 11: La lección más dura de mi etapa adolescente

El seleccionador juvenil era Ángel Pardo. Duro e implacable pero con un gran cariño por los jugadores. La preparación tanto física como técnica durante aquellos dos meses fue un auténtico infierno, ya que entrenábamos seis o siete horas al día. Tenía diecisiete años, estaba muy motivado y además era el capitán.


Cuando faltaban dos semanas para los últimos descartes, el entrenador le dio la mayor lección de su vida hasta ese momento. Era bastante gamberro y salvaje por entonces. Aunque deportivamente era el líder del equipo, por lo que respecta a su comportamiento y ejemplo para los demás no era exactamente un buen capitán. 

El seleccionador le llamó y le dijo que tenía que dimitir de capitán por el mal comportamiento y que era el primer descarte. Tenía que perdón a mis compañeros y ganarse el puesto. Se tuvo que tragar su orgullo y hacerlo tanto individualmente como públicamente. 

Lo hizo durante el desayuno. Jamás había sentido tanta vergüenza de sí mismo. Aquel día le enseñó Ángel Pardo que no vale de nada ser muy bueno en lo que haces si ello no va acompañado de un buen comportamiento personal. Le enseñó que los líderes de un equipo no son los mejores jugadores sino los que son un ejemplo en todos los sentidos para los demás.

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