Cuando se recuperó, empezó a correr más y volvió a revisar
todo lo que conocía de la técnica de la carrera. Había días que no aguantaba ni
una hora y media corriendo y solo llegaba a cuarenta minutos. Entonces paraba,
pero le sumaba cincuenta minutos o una hora al entrenamiento de bicicleta.
Desde el principio, Andreu le avisó de que tendría que
aprender a entrenar él solo, porque ambos trabajan y era difícil cuadrar los
horarios. Toda su vida había tenido un entrenador que le decía lo que tenía que
hacer en cada momento… Y ahora no. De pronto, se vio haciéndolo todo solo. Tuvo
que aprender a desarrollar su autonomía e independencia. A motivarse,
controlarse y corregirse solo.
Durante sus entrenamientos había muchos que ni si quiera le apetecía
tirarse al gua, ni acercarse a una piscina. La gran diferencia, entre entrenar
para el Ironman y hacerlo para la natación, es que para esta última tenia cien
razones para continuar cada día y una sola para dejarlo. Las cien razones eran
de todo tipo, desde conseguir las medallas, hasta sentir el apoyo de la gente,
mejorar sus marcas, conseguir superarse a sí mismo.
Entrenando el Ironman sentía que tenía cien razones para
dejarlo: ‘cuida tu salud’, ‘búscate un trabajo’, ‘no entrenes tantas horas
porque estás perdiendo el tiempo’. Pero, muchas de las otras son simplemente:
‘estoy más cómodo en la cama o yendo a tomar algo con mis amigos’. A veces escuchaba
esa vocecilla maligna, que todos tenemos dentro, que le decía: ‘para qué vas a
ir a entrenar, para qué vas a pasarte toda la tarde del viernes y del sábado
entrenando’…
Al final siempre hay una razón para seguir, solo una:
‘porque puedo hacerlo’. Y es así de sencillo, si tú crees que puedes hacer la
tarea que te has propuesto, no te vale quedarte en la cama porque, más horas tiradas
en la cama o en el sofá, solas serán un futuro en la cama o en el sofá. Si
quieres obtener el resultado de lo que estás trabajando hoy, tendrás que
ponerte a ello.
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