Pasaron los meses y llegó la concentración previa al Mundial
de Brasil. Un día, en una serie de 50 metros libres, consiguió la mejor marca
que había hecho en su vida. De repente se dio cuenta de que estaba realmente
preparado para el Mundial. Se fueron a Brasil. El clima tenía poco de
paradisíaco porque había temporal.
En la piscina, el agua estaba a 19 grados, lo que supone que
estaba muy fría. Hasta tal punto que, cuando iban entrenando, sólo notaban la
planta de los pies por los pinchazos helados. Ni si quiera terminaron el
entrenamiento porque decidieron sacarlos del agua.
En esos meses se había dado cuenta de que no era algo físico
lo que buscaba; esas sensaciones eran una actitud mental. Una postura que, si
la cambiaba, se hacía ver todo desde otra perspectiva.
Allí, bajo la ducha, fue la primera vez que voluntariamente
decidió creer que ya tenía sensaciones y que al día siguiente todo le iba a
salir bien. No pensaba en los errores que podía cometer. Era una especie de
equilibrio interno. Un sentimiento que decía que podía hacerlo.
Al día siguiente habían subido la temperatura del agua.
Estaba a 25 grados. Seguía siendo fría pero no era lo mismo y, como estaba en
movimiento, lo puedes soportar. Llegó la primera prueba. Era la de 100 metros
mariposas. Se subió al poyete y cuando dieron la salida se lanzó con todas sus
fuerzas.
Salió fenomenal. Cuando terminó, un compañero le gritó que era campeón
del mundo.
Con la demostración de que era capaz, siguió compitiendo.
Las siguientes pruebas salieron muy bien. Bajó su marca en todas. Algo había
pasado en su interior.
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