Cuando dejó de jugar lo hizo absolutamente convencido,
porque para él seguir jugando a baloncesto carecía ya de sentido. Necesitaba cambiar
y de encontrar algo que le permitiera profundizar más. No sabía cuál era la
dirección pero tenía claro que no lo era el baloncesto.
Tenía treinta y un años
y había vivido veinte para ese deporte. Había entrado en un periodo en el que por primera vez no tenía un objetivo que alcanzar y seguía inmerso en
la más absoluta incertidumbre.
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