Un día, después de su entrenamiento especialmente largo y
duro, consiguió otro hito. Solo les quedaba una única serie de 50 m. Lo único
que pensó fue: ‘Quiero llegar a esa pared de enfrente en el menor tiempo
posible’. Al sacar la cabeza del agua, el entrenador gritó su tiempo: ¡Lo había
conseguido! Dijo exactamente el número que Enhamed había estado persiguiendo:
27 segundos. Fue una revelación.
Se había pasado meses haciendo ejercicios para encontrar ese
estado de concentración absoluta en el que nada importa, no piensas nada y solo
tienes el movimiento presente. Todos aquellos ejercicios no eran la respuesta,
ni si quiera se acercaban a lo que debía de ser la respuesta, pero ayudaron a
que pudiera dar un salto intuitivo.
Para conseguir su objetivo desterró de su vocabulario
palabras negativas. En su carrera hacia el sueño olímpico tuvo que dejar atrás
el miedo. El 29 de agosto volaron hacia Pekín. Al aterrizar todo fue más
sencillo que en Atenas. Estaba muy bien organizado. Todo era a lo grande, y muy
espectacular.
El día de la inauguración se levantó con 38 grados de
fiebre. Competía solo tres días después. Le dieron medicación, y decidió no ir
a la inauguración. Visualizó cosas positivas. Se convenció de que cuando se
levantara al día siguiente iba a estar bien. Al día siguiente, se levantó
perfecto. Estaba mucho mejor que antes de estar enfermo.
Y por fin llegó el gran día, 9 de septiembre del 2008. Una
fecha que jamás podría olvidar. Su primera prueba fue la de 100 metros mariposa,
cuya semifinal se le había dado muy bien…
Antes de que la gente guardase silencio, Enhamed ya había
dejado de escucharles. Cuando dieron la salida, simplemente hizo lo que había
estado visualizando tanto tiempo. Durante más de un año había imaginado esa
prueba mientras iba por la calle, mientras comía o estaba con amigos. Llegó a
soñar con ella. Había nadado esa prueba miles de veces en la piscina, y otros
miles en su cabeza. Antes de darse cuenta había terminado.
Cuando estaban a punto de saltar al agua, mientras se
quitaba el chándal, los ochenta españoles le cantaron cumpleaños feliz. Le
cambiaron el estado mental. Estaba contento, aunque la marca no había sido muy
allá. Cuando ganó la tercera prueba, la de 100 m libres, fue la locura. Era su
tercer oro.
Todo el mundo daba por hecho que iba a ganar la última
prueba, la de 50 metros libres. Se lanzaron el agua. Acababa de conseguir un
récord del mundo, superando una marca que estaba desde el año en que nació.
Estalló de emoción. Saltaba y gritaba en el agua.
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