Para poder ir al Internacional tenía que asistir a
concentraciones, entrenar duro y pasar muchas pruebas físicas y psicológicas.
Era novato. Cuando eres nuevo te toca cargar con todo. Esos años aprendió a
debatir y a no perder el control. Estar en el equipo le enseñó muchísimo.
Lo que sí le chocó fueron los insultos por su origen. Él ya
había explicado que había nacido y crecido en España, pero su cara y nombre de
moro, no parecían convencerle. Ni a él, ni a nadie. En el equipo su apodo era
‘moro’, sus compañeros y los entrenadores lo animaban diciendo: ‘¡Vamos moro!’
Enhamed no se lo esperaba. En el instituto nunca había
pasado, pero porque era ciego. Ser ciego eclipsaba todo lo demás. Decidió no
enfadarse porque, si te picas, se meten más contigo. Si enfadaba, lo hacía con
la puerta cerrada de su habitación. Pensaba que para llorar en su casa, ya
tendría tiempo, ahí no debía hundirse.
Utilizó la creatividad como escudo contra los insultos. Con
los años aprendería a ser todavía más creativo, a buscar soluciones inesperadas
a las dificultades que apareciesen en el camino. No sólo los pintores y
compositores son creativos; todos lo somos. Y todos podemos ser los artistas de
nuestra vida.
Los primeros años de entrenamiento y competición lo pasó
bastante mal. El deporte profesional es tremendamente competitivo. Además,
muchas veces se encontraba con que, quien sabía que no podía ganar, no quería
que el ganara. Esa es la satisfacción del mediocre. Cuando realmente quieres el
oro, te centras en las actividades que te pueden llevar a conseguirlo… Eso es
lo que él hizo. No perder el tiempo metiéndose con nadie.
Con esa idea en mente, intentó no derrochar fuerzas
metiéndose con nadie durante sus entrenamientos.
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