En la montaña se sufre física y
psicológicamente. El mero hecho de caminar en pendiente por un terreno en el
cual tu centro de gravedad no es el habitual provoca que consumas más calorías
de las habituales. Si practicas el alpinismo este dispendio energético se
multiplica. Factores como los agentes atmosféricos o la dureza y duración del
recorrido determinan ese gasto. La incertidumbre, la tensión, la sensación de
soledad y el silencio son factores que si no se saben gestionar pueden provocar
un enorme calor psicológico, aunque físicamente seas muy fuerte.
Por eso ir a la montaña pone de manifiesto lo mejor y
lo peor de nosotros. Cuando sufres cansancio y llegas a estar al borde de la
extenuación, es el momento en el cual pierdes tus habilidades sociales y te
vuelves más elemental. El cansancio apaga nuestra parte racional y empiezas a
sufrir psicológicamente porque ves tus miserias y puntos débiles y te das
cuenta que hay partes de ti que durante muchos años has querido esconder,
deseado tapar o pretendido arrinconar.
Pero nuestro protagonista cree que es necesario en un momento determinado de tu vida
averiguar quién eres de verdad, y para ello esas partes inexploradas tienen que
salir a la luz. El sufrimiento es necesario para crecer. Al caer las máscaras
que nos doblegan la felicidad llega.
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