miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 18: El rival interior

En el 2001 le costó encontrar una verdadera motivación para nadar. Realmente, se planteó abandonar. Iba en el autobús con un monitor y le dijo que estaba pensando en dejarlo. Como el que no quiere la cosa, se preguntó: ‘¿Y qué vas a hacer todas las tardes?’ Cuando le respondió que no tenía ni idea, argumentó: ‘yo que tú, vendría’.

A pesar del consejo, casi no apareció por la piscina en Navidades. Cuando volvió y el entrenador le preguntó por lo que le había pasado, le puso una excusa tonta a lo que alegó que podía haberse inventado otra excusa mejor. Le prometió no faltar más. Cumplió su palabra y no le volvió a fallar. No faltó ni un día hasta que llegaron los Juegos Olímpicos; desde enero de 2002 hasta septiembre de 2004.

Pero antes de ese gran momento, quedaban muchas, muchísimas horas de entrenamiento. Tendría que aprender a creer en sí mismo, a ser disciplinado y auto motivarse. Durante esos años cada mañana se levantaría y alguien estaría compitiendo con él.

Un día en el 2002 tras más de un año de entrenamiento, Encho, le dijo que si entraba más cabía la posibilidad de que pudiera ir a una competición internacional. Eso sí, tendría que ir todas las tardes. Aunque todavía no tenía el nivel suficiente para entrenar con el primer equipo a las seis de la mañana.

Por lo general, uno no se levanta un buen día y decide que va a ser un campeón olímpico de natación. Las cosas suceden de forma gradual, sin que apenas seas consciente de ellas. Son pequeñas pasos los que, sucesivamente, te llevan ahí. Al entrenar, tus marcas mejoran; cada vez le exigían más pero cada vez podía dar más… y al mismo tiempo se le seguía pidiendo.


La medalla le importaba poco. A todo el mundo le gusta, pero no era su prioridad aunque poco tiempo después también eso cambiaría. En esa época las medallas ni si quiera tenían dotación económica. Entrenaban y nadaban por amor al deporte. 

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