En el 2001 le costó encontrar una verdadera motivación para
nadar. Realmente, se planteó abandonar. Iba en el autobús con un monitor y le
dijo que estaba pensando en dejarlo. Como el que no quiere la cosa, se
preguntó: ‘¿Y qué vas a hacer todas las tardes?’ Cuando le respondió que no
tenía ni idea, argumentó: ‘yo que tú, vendría’.
A pesar del consejo, casi no apareció por la piscina en
Navidades. Cuando volvió y el entrenador le preguntó por lo que le había
pasado, le puso una excusa tonta a lo que alegó que podía haberse inventado
otra excusa mejor. Le prometió no faltar más. Cumplió su palabra y no le volvió
a fallar. No faltó ni un día hasta que llegaron los Juegos Olímpicos; desde
enero de 2002 hasta septiembre de 2004.
Pero antes de ese gran momento, quedaban muchas, muchísimas
horas de entrenamiento. Tendría que aprender a creer en sí mismo, a ser
disciplinado y auto motivarse. Durante esos años cada mañana se levantaría y
alguien estaría compitiendo con él.
Un día en el 2002 tras más de un año de entrenamiento,
Encho, le dijo que si entraba más cabía la posibilidad de que pudiera ir a una
competición internacional. Eso sí, tendría que ir todas las tardes. Aunque
todavía no tenía el nivel suficiente para entrenar con el primer equipo a las
seis de la mañana.
Por lo general, uno no se levanta un buen día y decide que
va a ser un campeón olímpico de natación. Las cosas suceden de forma gradual,
sin que apenas seas consciente de ellas. Son pequeñas pasos los que,
sucesivamente, te llevan ahí. Al entrenar, tus marcas mejoran; cada vez le
exigían más pero cada vez podía dar más… y al mismo tiempo se le seguía
pidiendo.
La medalla le importaba poco. A todo el mundo le gusta, pero
no era su prioridad aunque poco tiempo después también eso cambiaría. En esa
época las medallas ni si quiera tenían dotación económica. Entrenaban y nadaban
por amor al deporte.
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