El agua es el comienzo. Nos envuelve antes de nacer; es un
setenta y cinco por ciento de nuestro cuerpo, una parte esencial de nuestras
células. Nos limpia, nos refresca, alivia nuestra sed. Forma parte de nuestras
lágrimas, de nuestro sudor. El agua forma parte de todo, pero más aún de la
vida de Enhamed.
Está de pie en el borde de la piscina, siente el olor del
cloro. Llena sus pulmones y evoca las sensaciones que están por venir. Una
emoción muy familiar le recorrer el cuerpo. Es algo que hace millones de veces.
Salta al agua y nota el frío en la piel. Es la temperatura
perfecta para entrenar. El agua, todavía, no le ayuda a moverse en ella, se
resiste. Por unos segundos parece que peleamos pero sabe que pronto se
convertirá en su cómplice.
Ya lleva 400 metros. Mete la mano derecha en el agua. Baja
la mano, cierra la muñeca y cierra bien la palma. Empuja el agua hacia él y,
cuando nota que está llegando, abre un poco su mano. Son pequeños gestos, pero
son esos nimios detalles los que le permiten avanzar en el agua. Y al final, es
lo mismo que aprendió desde niño.
Hay pequeñas cosas que marcan las grandes diferencias.
Comienzan las dudas. Se pregunta si podrá realmente terminar
el Ironman. El Ironman es la suma de tres pruebas muy exigentes en natación, bicicleta
y se termina con una maratón. La natación puede hacerla. Aunque las piernas se
están revelando, sabe dominarlas. Pero el resto de la prueba no lo sabe aún.
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