Volvía del Campeonato de Europa con el rabo entre las
piernas e inmediatamente se presentó la elección que podía determinar su carrera deportiva. Podía cumplir su segundo año como juvenil, jugando otra vez
a las órdenes del antiguo entrenador, Ángel Jareño, o bien podía subir al
equipo junior un año antes y así tendría la posibilidad de entrenar y jugar con
el primer equipo.
Ambos entrenadores hablaron con él y le aconsejaron que se
quedase en el equipo juvenil. De esa manera se consolidaría como jugador
después de un año difícil y se prepararía para el gran salto.Pero, en contra de sus opiniones decidió seguir adelante con el plan y subir al junior un año antes. Las prisas nunca son buenas consejeras,
y deportivamente esta decisión le salió cara y su ego volvería a jugarle una
mala pasada.
Por un lado fue extraordinario empezar con el primer equipo,
debutar en el equipo profesional con diecisiete años y jugar de vez en cuando
algunos minutos. Pero, por otro lado, significó un retroceso en su evolución
como jugador. A esas edades hay que trabajar y entrenar duro y sobre todo hay
que jugar para desarrollar unos hábitos.
Entrenaba muchísimo pero casi no
jugaba porque con el primer equipo los minutos eran contados y al no coincidir
los horarios a veces no podía ir a los partidos. Aquello le mató, porque perdió el hábito de jugar, de tomar
decisiones, de equivocarme, y de volver a intentarlo. Se convirtió en un jugador
más conservador y menos brillante.
La montaña le ha enseñado que la ruta hacia la cima no
siempre es la más corta o la más directa y que para llegar a la cumbre hay que
tener paciencia, saber esperar a que la condiciones sean óptimas y luego ir a
por todas. De todas formas, en el terreno de lo personal la experiencia de ese
año fue extraordinaria aunque también muy dura.
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