miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 11: De vuelta a la carretera

Los meses de entrenamiento para el Ironman pasaban a la velocidad de la luz. No solo se enfrentó a una lesión, sino que también tuvo problemas logísticos. Llamaron cuatro días antes de la salida hacia la concentración y les dijeron que faltaba una pieza. Un amigo de Andreu compró el componente que faltaba, en Londres, y lo mandó por correo.

En Lanzarote se alojarían en las instalaciones de El Club de La Santa. Era un sitio reamente curioso, mitad hotel y mitad centro de entrenamiento, al que acudían deportistas de todo el mundo para pasar unos días con la familia mientras continuaban con las sesiones de la preparación. Allí contarían con piscina, gimnasio, buena comida y un amplio parking libre de coches para poder empezar a probar el tándem.

Ninguno de los dos había montado en tándem, jamás, y no habían podido practicar juntos, ni una sola vez. El tándem suponía un desafío para ambos. Confiaba plenamente en la capacidad de Andreu para pilotar esa enorme bicicleta ya que él tenía mucha experiencia como ciclista. Siendo dos en la bicicleta, les tocaría pedalear con todas las fuerzas para subir cualquier cuesta. Pero al bajar o llanear… eso era lo más cercano a volar, que se puede experimentar.

El 25 de Marzo, un día que nunca olvidará Enhamed, se prepararon para la prueba de fuego. ¿Serían capaces de entrenar con el tándem? Subieron y bajaron por el recorrido trazado, con facilidad. En estos entrenamientos, como en muchos otros los acompañaba Ana López; una deportista de corazón. 

Aprendió mucho, gracias a ella… y a otros como a ella. Pudo ver la cara del deporte más humana y verdaderamente integradora.

Enhamed tuvo la suerte de encontrarse con gente como Ana que, después de trabajar todo el día, sacaba tiempo para ir a entrenar y era feliz. Y lo hacía por el mero hecho de disfrutar. Los entrenadores olímpicos darían lo que fuera por tener gente tan motivada como ella. Fue uno de los grandes descubrimientos que haría durante su preparación para el Triatlón de Lanzarote. Los entrenadores olímpicos darían lo que fuera por tener a gente tan motivada como ella.

Nuestro protagonista había estado escuchando noticias sobre una nueva retina artificial que se estaba probando en Israel. No tenía buena definición, pero permitía ver en blanco y negro. Realmente se replanteó operarse, incluso llegó a sentir cómo podría ser si pudiera lograrlo.

Entonces, ante la idea de operarse y ponerse una retina artificial se dijo: ‘ni lo pienses, porque el precio que pagaría es muy alto’. Recibiría pequeños chutes de miedo que acabarían transformando su personalidad. Sin embargo, si le hubiesen ofrecido eso mismo en su época del instituto lo hubiese aceptado, sin dudar. Tuvo una adolescencia complicada. Porque a esa edad quería ser igual que los demás y él era diferente.

De un internado donde todos eran ciegos, llegó a un instituto donde había mil estudiantes, pero él era el único alumno ciego. La adaptación fue dura. Fueron años difíciles en los que se dio cuenta de que era diferente. Muchas veces sus amigos no lo avisaban si iban a jugar al baloncesto o al cine. Lo mismo le ocurría con muchas actividades cotidianas para cualquier otro adolescente. Le decían: ‘¿para qué? ¿Para qué estés ahí sentado?’


Se refugió en la natación. Por suerte, cada vez entrenaban más, pasaron de dos a cuatro horas. Pero empezó a auto lamentarse. Se dedicó a buscar fuera cosas que ya tenía dentro…

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