En la vida no hay casualidades sino
causalidades. En ese 2005 decidió dejar el baloncesto definitivamente y pasar
más tiempo en la montaña. Por entonces vivía en Milán y empezó a recorrer los
Alpes. Su primera experiencia en la montaña fue muy graciosa y en pleno
invierno y estaba en una de las estaciones de esquí más conocidas de Italia. No
sabía esquiar por ese entonces y no tenía ropa de esquí.
Se montó en un teleférico para ir a uno de los bares refugio
que hay en las pistas, pero se equivocó y bajó una parada más arriba y tuvo que descender bordeando la pista. Al llegar al bar en el que había quedado,
todos le miraban preguntándose de dónde había salido aquel tipo raro. Recuerda perfectamente que se sentía observado, incómodo y totalmente fuera de lugar,
con lo cual decidió salir y disfrutar del panorama.
Una vez fuera, miró las
montañas asu alrededor y pensó: Esto no sólo me gusta, sino que me transmite
algo.
La llamada hacia la montaña la sintió durante un viaje por la
India. Cuando llegaba después de recorrer las ciudades se iba a correr por la
montaña. Una tarde sufrió el mal de altura y pudo decir que fue la peor noche
de su vida.
Y así es como empezó a salir de mi zona de confort y descubrió lo
limitado e ignorante que era. La primera gran lección de la montaña llegó de
esa manera. Posteriormente hice otros trekkings en Islandia, Canadá y otra vez
en la India. Empezó a escalar e hizo alguna cumbre en alta montaña. Volviendo
al verano del 2005, tiempo después de todas aquellas experiencias, entonces ya
sentía que era mucho más que un pasatiempo y que dentro se estaba
gestando esa transformación que daría otra dimensión a mi vida.
Ese primer viaje a la India le dejó irremediablemente
enganchado a la montaña y a sus enseñanzas y empezó a despertarse una parte
hasta entonces dormida: la espiritual.
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