Llegó el verano. Entrenaban todos los días del mes de julio y
agosto. Fueron a una concentración en Sierra Nevada para entrenar en altura en
concreto a 2600 metros. La tensión hasta la inminencia de la prueba se hacía
notar.
La última concentración antes de los juegos fue en Madrid.
Allí estaban, el 1 de septiembre, sentados en la furgoneta, charlando mientras
volvían de la piscina. Los chicos se pusieron a hablar de lo que se había roto
cada uno y en Enhamed les comentó que no se había fracturado nada.
Al llegar, Miguel los
reto a una carrera hasta los ascensores. Salieron corriendo como locos, y él
llegó antes. Apoyó la mano en la puerta giratoria con tan mala suerte que se la
pilló. Se había roto el dedo anular de la mano derecha. Su entrenador se subía
por las paredes. Se tuvo que escayolar con una férula y le pusieron palas para
nadar.
El 10 de septiembre se puso de camino hacia sus primeros
juegos olímpicos. Era un adolescente y la aventura que iba a vivir le
fascinaba. La inquietud de sus primeros juegos. Los nervios por su
participación y sobretodo una gran incertidumbre ya que no sabía que iba a
ocurrir con su dedo. Nadie sabía si realmente iba a poder competir ya que una
fractura así tardaría cerca de 6 semanas en curarse.
La llegada a Atenas se convirtió en una confusión de
maletas, autobuses y trámites. En la villa les tocó esperar el reparto de
acreditaciones y la asignación del edificio. Durante esa semana fueron a
entrenar mañana y tarde. Vivían una gran presión. Su seleccionador estaba
enfadado con él por la lesión.
Cada día se encontraba luchando contra sus nervios, su
incertidumbre y sus ganas de seguir entrando con aquellas palas. Las llevaba en
las manos para evitar problemas con el dedo y la férula pero eran una lata.
El viernes 17 de septiembre se prepararon para el desfile.
Consistía en: ponerse la ropa designada para desfilar, prepararse y, tras
dirigir al estadio esperar como unos adolescentes. Finalmente, pasearon,
llegaron a sus asientos y comenzó la ceremonia.
Tras la gran ceremonia de inauguración llena de discursos
por fin quedaban inaugurados los juegos. Aquello empezaba de verdad. Harto de esperar a que alguien tomase la decisión, la tomó
el mismo. Sabía que necesitaba al menos dos entrenamientos para acostumbrarse a
la sensación de que sus manos sintieran el agua. Se dirigió al centro médico
con Belén, su físico. Allí intentaron explicar a los médicos que debían
quitarle aquello. Tras una hora consiguieron que se la quitasen y le pusieron
un vendaje en el dedo.
El sábado fue al entrenamiento y fue tan desastroso como se
esperaba. Los médicos autorizaban una tablilla bajo el dedo afectado, y con eso
tuvo que nadar. Por la tarde, probó en el agua con el nuevo vendaje y de pronto
sintió que recuperaba las sensaciones. Incluso se sintió mucho mejor, más
fuerte, más ágil. Intuyó que podría competir al máximo al día siguiente.
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