miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 3: ¿Quién dijo que fuera fácil?

A pesar de que Andreu le brindó su apoyo para intentar terminar el Ironman, pero no pudieron empezar a entrenar porque ya tenía programado un curso en la India. Allí les enseñaron a meditar y a despertar la consciencia. Lo que realmente asimiló en esos días fue a aprender a usar el cerebro. A desarrollar ciertas habilidades que leemos en los libros de autoayuda. Pero esta vez lo estaba escuchando de las fuentes donde beben esos textos. Todo lo que aprendió allí le sirvió en las largas horas de entrenamiento y para el resto de su vida.

A su regreso empezaron a entrenar. Los dos primeros meses de entrenamiento fueron realmente duros. Supusieron una cura de humildad para alguien con cuatro oros olímpicos. Comenzó haciendo solo una hora y de bici y cuarenta minutos de carrera. En el gimnasio había gente que entrenaba durante horas. Y ´él, campeón olímpico entrenaba su hora y se tenía que ir porque no podía más. Pero nadie dijo que iba a ser fácil.

En enero empezaron con el entrenamiento fuerte, aumentando las horas que ejercitaban. Hacía seis o siete horas de bici a la semana. Los lunes empezaba a tope y llegaba al jueves destrozado. El viernes se lo tomaba de descanso, porque hay que conocerse y no forzar.

El último sábado de ese mes de enero se levantó temprano para ir a entrenar a la Residencia. Desde que salió de la puerta ya estaba cansado. Antes de estar medio en faena, cuando le entra la pereza, se ‘engaña’ para ir.  El truco es simplificar los pasos en tu cabeza, sin pensar todos los pasos que tienes que hacer para entrenar.

Él ya había engañado a su cerebro para entrenar, y cuando llegó al gimnasio de la Blume, solo había dos chicos de la selección de natación; se propuso hacer un buen entreno para que vieran cómo se sufre en la cinta. Lo cierto es que aún no tenía un sentimiento de inferioridad con respecto a los nadadores videntes.

Sabía que las diferencias en los tiempos eran debidas a que él no podía nadar en línea recta. Pero todavía, y a pesar de su récord del mundo que no había batido ningún nadador, ciego o vidente, a veces se sentía inferior ante ellos.

Siguió un par de días entrenando. Hasta que le vio su fisioterapeuta y  le dijo que tenía periostitis. No podía volver a correr en uno o dos meses. Muy convencido, le dijo que no podía ser. Que en cuatro meses tenía el Ironman y que necesitaba correr. Se puso manos a la obra, y la verdad es que hizo un trabajo extraordinario en tres semanas.


Durante ese tiempo no dejó de entrenar. Porque si no puedes correr, pues haces elíptica, o alargas las sesiones de natación y bici. 

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