miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 16: ¡Cuidado, un ciego!

Aprendió a aceptar y a adaptarse, desde muy pequeño. Es lo que pasa cuando no te queda otra opción. Los obstáculos por ser ciego empezaron a aparecer muy pronto. Antes de empezar las clases se encontró con el rechazo de parte de los profesores. Nunca habían tenido un invidente en el aula y tenían dudas respecto a si él podría seguir las clases.

El primer día llegó sorteando, con el bastón, a cientos de alumnos. Chavales que se apartaban a su paso al grito de: ‘¡Cuidado, un ciego!’. Como quien ve a un fantasma.  Era el primer ciego de su edad con el que se encontraban. 

Una vez sentado, sacó la máquina para tomar apuntes y esperó a que aparecieran los demás. Sus compañeros alucinaban al ver a un ciego en clase y hacían alguna broma al respecto. Él no sabía muy bien qué hacer y cómo sentirse. El profesor también estaba desconcertado con su presencia. Entonces llegó el director y les explicó que tenían un nuevo compañero que era ciego y toda la historia.

Empezó la clase de matemáticas y les mandaron hacer porcentajes y fracciones. De pronto, el profesor le preguntó que qué hacía, a lo que le respondió que los ejercicios que les había mandado. Se preguntó por el resultado y, cuando contestó, supo que era correcta porque el compañero de al lado dijo: ‘¡Yo no le he dicho nada!’. Para convencerse, al rato, le hizo una nueva pregunta; también le dio el resultado correcto.

Las clases continuaron con normalidad hasta que llegó la hora del recreo. Todo el mundo salió en estampida y él se quedó pensando: ‘¿Y ahora qué hago?’. Decidió comer algo, así que bajó a la cafetería a comprarse un bocata. Si eres vergonzoso no te atreves a levantarte y participar en una conversación o, simplemente, presentarte. Así que le quedaba esperando a que alguien le prestase atención.

Con el tiempo aprendió a decir: ‘Pues no te pases que me voy contigo’. O cosas parecidas, en plan simpático, con el fin de integrarse. Pero eso sería más tarde, cuando desarrolló sus habilidades sociales. Muchos remedios aparecen cuando aplicamos un poco de humor a las cosas.

Los días pasaban lentamente. Las clases  le resultaron fáciles; a veces se dormía…pero no se notaba mucho. Entre apuntes, recreos solitarios y meriendas en la cafetería, pasaron dos meses. Poco a poco, se fue integrando. Suavizó su acento y lo pasó a canario, eso también ayudó.


En noviembre encontró el punto de unión con un compañero de clase: el deporte. Julián se enteró de que él hacia natación y eso le produjo interés. Él jugaba al básquet, estuvieron charlando un buen rato sobre los respectivos deportes, hasta que llegó la hora del recreo. En ese momento le dijo: ‘Venga, vente con nosotros’. Aquella frase sonó a música celestial en su cabeza.

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