La temporada finalizó otra vez sin títulos para el equipo y
existía la sensación de que la tragedia
y la mala suerte se había cebado con ellos. Pero lo que peor llevaba es que
había perdido la chispa, la espontaneidad y el hábito de arriesgar que le había
caracterizado los años anteriores. Era un buen jugador pero no la estrella que
prometía años atrás. Iba entrar en su último año como junior y sentía que
era el momento de ir cedido a algún equipo en el cual pudiera tener más minutos,
protagonismo y capacidad de decisión para volver a encontrarse a mí mismo como
jugador.
Impresionantes y decisivos son los primeros años como
profesional para asentar tu personalidad como jugador. No es suficiente sólo
con entrenar. Hay que lugar, poder arriesgar y tomar decisiones. Entrenando se
aprende a sufrir y se mejora técnicamente, mecanizando y memorizando
movimientos.
En los partidos, en cambio, se crece psicológicamente. Es en ellos
donde desarrollas tu personalidad como jugador al tener que tomar decisiones y
gestionar la presión. Durante los entrenamientos no sales de tu zona de confort
porque no hay presión. Es en los partidos es donde amplías esa zona de confort y
donde te haces mejor jugador.
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