Acompañado de su nueva sensación se enfrentó al 19 de
septiembre. El momento de la verdad había llegado. Decir que estaba nervioso se
quedaría corto. Llegaron a la piscina e hicieron el calentamiento. Nadaron
durante 40 minutos para que los músculos entraran en calor. Tenía que encontrar
el ritmo.
Una vez que sale del calentamiento te pones el bañador. Cada
uno hace su ritual. Él se puso a escuchar música porque no quería pensar en
nada. Los entrenadores los acompañaban por ser ciegos pero no podían hablar. Si
lo hacían los descalificaban porque se consideraba ayuda.
Se dirigió a su calle y cuando dieron la salida hizo lo
mejor que sabía: tirarse a tope. Mantuvo lo que creía que era un ritmo constante
durante los 400 metros libres, pero en los últimos 50 metros su entrenador lo
avisó de que otro nadador iba en paralelo. Para avisarlo tenía un código: en
vez de un golpecito en la cabeza le daba dos. Lo hizo, y cuando toco la pared
había ganado el bronce por una centésima. Fue una victoria.
La siguiente prueba eran los cien metros mariposa y por la
mañana había hecho una mala marca pero esa mañana debía tirarse al agua para su
victoria. A la prueba fue con la rabia del mal resultado y la fuerza de ese
enfado, nado todo lo que pudo. Al terminar escuchó como su entrenador le decía
que había quedado tercero.
Eran sus primeros juegos se había roto un dedo y a pesar de
todo había conseguido dos bronces, además con una marca muy buena para él.
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