Se había propuesto acabar un Ironman y lo iba a hacer.
Llegaron a Terguise y empezaron a bajar la cuesta. Cuando subía, escuchó la voz
de su hermana. Le hizo muchísima ilusión que estuviera allí. Estaba feliz y
quería compartirlo.
La prueba llegó a la parte más compleja. Había muchas
cuestas y zigzags, lo que se llama un rompe-piernas. Empezaron a subir el
mirador de Aría que era una cuesta muy, muy larga.
Llegaron al Mirador del Río, con sus tres kilómetros
adornados de unas cuestas terriblemente empinadas. Con el tándem se hacían
especialmente difíciles. Siguieron dando pedales. No quería bloquearse ante el
constante dolor que sentía en los cuádriceps y en los gemelos.
Con el tándem no podían parar, bajo ningún concepto, a mitad
de la cuesta.
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