miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 41: Libros que hacen más que la escuela

Tras el mundial de Brasil el verano fue realmente divertido. Se empezó a sentir bastante mejor. Con tanta charla llegó a Marruecos, donde le esperaban sus padres deseando darle un abrazo. No llevaba muchas cosas en la maleta, pero sí se llevó el ordenador lleno de libros. Se pasó el verano leyendo, devorando páginas. Se pasaría horas buceando entre esas historias, descubriendo, imaginando, soñando con ir más allá de sus propios límites.

En verano lo dividieron entre la casa que tenían en Aaiún y la que tienen en la playa. También veía películas, como Forrest Gump, una película que lo emociona por la ingenuidad y la inocencia del personaje. Todo lo hace con voluntad y sin ningún tipo de malicia. Era algo que le dolía como si se lo estuvieran haciendo a él.

Otra cosa que le fascinaba era despertarse temprano, antes de que todo el mundo se levantase a desayunar, y subir a la azotea a leer o reflexionar. Sentir el viento en la cara lo aislaba de sus preocupaciones. Le gustaba pensar que al otro lado de ese océano había todo un continente.

Esas lecturas aumentaban en él el deseo de hacer mucho más, de llegar más lejos, de viajar y conocer el mundo. Es un deseo que lo acompaña desde entonces.

A veces, dejaban la casa de la playa y se iban a la casa de la ciudad. Entonces se sentaba en el jardín de atrás, a leer. Siempre le ha gustado leer en sitios abiertos. Hasta que llegaron las nuevas tecnologías no podía irse a leer en braille a la playa. En cuanto apareció el notebook se compró uno y eso ya le permitió más libertad de movimientos para ir a leer donde le apeteciese. Pero hasta que evolucionó la tecnología se vio obligada a leer en sitios cerrados.

A través de las páginas de los libros viajaba a otros mundos, vivía otras vidas y aprendía mucho. Todas las lecciones que aprendía las aplicaban a su vida personal, a su forma de mejorar sentimientos y emociones, pero también le sirvió para el deporte. Entonces se aseguraría de tener la mente lúcida y clara, manteniendo la determinación de quitar cualquier cosa, por pequeña fuera, que no se llevase al logro de sus objetivos.

Se dio cuenta de que tenía que dejar de buscar las medallas, porque su mejora como nadador era ir algo más allá. Tenía que encontrar otra manera de actuar y cambiar su lenguaje interno. Eso lo liberó de una presión espectacular. Empezó a tomarse todo como un juego, a fijarse en cómo trabaja más que en si había superado su marca. Todos los días se preguntaba si entregaba el corazón en lo que estaba haciendo. Se preguntaba si sentía satisfacción, si había aprendido algo, si había crecido como persona.

En septiembre salió todo lo que pudo y empezó a aplicarse, poco a poco, las cosas que había leído sobre los que se habían atrevido a ir más allá. En octubre, el entrenador los convocó para empezar a preparar los JJOO de Pekín. Tuvo que pensar si estudiar la carrera o luchar por los oros. Decidió dejar los estudios y dedicarse a lo que realmente le entusiasmaba, que era entrenar.


Desde ese momento, fue una persona mucho más feliz. Solo tenía que centrarse en una cosa que, además, disfrutaba. 

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