Un día, al salir del entrenamiento tuvo ganas de darse un
capricho. Se fue a una cafetería y se sentó a tomar un café con una napolitana
de chocolate. Allí estaba, disfrutando de una merienda y aprovechando para
cotillear las conversaciones ajenas. Se aprendía mucha psicología prestando
atención a los coloquios ajenos.
Dejando a un lado los misterios de la personalidad femenina,
se preguntaba cómo sería la cara de ‘póquer’. Le preguntó a su hermana al
llegar a casa, y le explicó que es cuando intentas no transmitir ninguna
emoción en tu rostro, para que no adivinen lo que piensas.
Le intrigaba el tema de las miradas. La información que
aportan y lo que le perdía la no poder verlas. Se obsesionó al pensar que no
tenía mirada, al igual que con frases del tipo: ‘La mirada es el espejo del
alma’. Se puso a buscar en las novelas detalles que tuviesen que ver con la
mirada. Ninguno le daba información suficiente. Entonces se dio cuenta de que
los grandes novelistas eran muy descriptivos, saben expresar muy bien el
lenguaje no verbal.
Durante tres años se dedicó a acumular todo lo que hallaba
sobre miradas. Y llegó a la conclusión de que las cosas que explicaban, él las
percibía a través de la voz.
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