viernes, 10 de junio de 2016

Capítulo 38: El miedo que te ayuda a crecer

Cuando caminas por una cresta de treinta centímetros de ancho con un vacío de miles de metros a cada lado, la línea que separa la vida de la muerte es muy fina. Te das cuenta perfectamente de que cualquier paso en falso o un golpe de viento fuerte que puede significar caerte y morir. En esos momentos la diferencia entre la vida y la muerte depende de respirar tranquilamente y localizar toda tu atención en cada paso que das. Es la esencia de la vida: respirar y vivir el momento presente. 

De esa manera vives al 100% cada segundo y logras transformar la sensación de miedo que te invade en coraje y tranquilidad. En esos momentos te das cuenta de que el miedo solo existe en el pasado y en el futuro, pero nunca en el presente. En la montaña se pasa mucho miedo sobre todo cuando no la conoces, cuando no estás en armonía con ella y cuando la retas. Pero es un miedo que te ayuda a crecer y que desaparece cuando sabes que es ella la que manda, cuando escuchas su señales y obras en consecuencia. 

Nuestro protagonista ha podido morir en la montaña varias veces pero quizás cuando más cerca estuvo fue durante la travesía de varias cimas de 4.000 metros en el Mont Blanch. Esta es una de las rutas clásicas por excelencia de los Alpes. El primer día de aproximación al vivac el tiempo fue espléndido y todo fue de maravilla. Calculaban de doce a catorce horas de travesía para el día siguiente. Sería un día largo y fatigoso, pero como las previsiones del tiempo eran buenas siguieron adelante con el plan.

El día amaneció sin una nube en el cielo, pero a medida que pasaban las horas la situación cambió radicalmente. Cuando alcanzaron un punto en el que ya no era posible el retorno, el tiempo cambió por completo y se presentó un temporal en toda regla. Por si fuera poco, estaban en el peor sitio posible: una cresta, y con material metálico de escalada que atraía los rayos. Se hallaban aproximadamente en la mitad de la ruta, eran entre las once y las doce de la mañana y aquello pintaba mal. Truenos y relámpagos, granizo, viento y poca visibilidad. 

La verdad es que en aquella situación no dependían ya de ellos mismos. Se hallaban en la mitad de la ruta, eran entre las once y las doce de la mañana y aquello pintaba mal. Decidieron abandonar casi todo el material metálico. Pasaban las horas, los rayos cada vez caían más cerca y la oscuridad era total. Llegaron a la penúltima cima de la travesía y desde allí bajaron guiándose por el instinto, pues conocían la ruta sólo por lo que habían leído sobre ella.

Fue una de esas situaciones en las que uno siente profundamente que puede morir en cualquier momento. Podría haberles matado un rayo o perder el equilibrio o sufrir una hipotermia. Ese día entendió lo que significaba mirar el miedo. Centrándose completamente en el momento presente y buscando la vía de descenso en vez de dejarse atrapar por la sensación de miedo de lo que podía pasar. 

El hecho de ser capaz de afrontar esta percepción de su miedo le provocó una extraordinaria claridad mental. Ese día vivió otra experiencia que le cambió la vida. La montaña le enseñó que por mucho que se preparase y estuviera en forma, y por muchas precauciones posibles que tomara, al final estaba en sus manos, Sintió que estaba de verdad a merced de algo superior que no dependía de sí mismo. Cuando sobrevives a estas situaciones solo piensas en dar gracias por seguir vivo a esa fuerza superior llamada madre naturaleza.

Algunos pueden pensar que hacer estas cosas es de locos y de suicidas que quieren morir. Realmente vivir y morir son las dos caras de una misma moneda. Personalmente no se tomó la montaña ni como desafío ni como reto, sino como un método de aprendizaje y mejora de sí mismo.


Para él la montaña entraña espiritualidad. Es un camino que implica un proceso de cansancio y sufrimiento. La mochila pesa después de muchas horas escalando. Estás colgado de una cuerda que a pesar esta hecha de un material casi irrompible también puede fallar. Puede haber un desprendimiento, un alud o caer en una grieta cuando estás en un glaciar o ser arrastrado por una avalancha. Todo ello requiere un aprendizaje continuo que te enseña estar en armonía con la montaña y contigo mismo.

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