Cuando caminas por una cresta de treinta centímetros de
ancho con un vacío de miles de metros a cada lado, la línea que separa la vida
de la muerte es muy fina. Te das cuenta perfectamente de que cualquier paso en
falso o un golpe de viento fuerte que puede significar caerte y morir. En esos
momentos la diferencia entre la vida y la muerte depende de respirar
tranquilamente y localizar toda tu atención en cada paso que das. Es la esencia
de la vida: respirar y vivir el momento presente.
De esa manera vives al 100%
cada segundo y logras transformar la sensación de miedo que te invade en coraje
y tranquilidad. En esos momentos te das cuenta de que el miedo solo existe en el
pasado y en el futuro, pero nunca en el presente. En la montaña se pasa mucho
miedo sobre todo cuando no la conoces, cuando no estás en armonía con ella y
cuando la retas. Pero es un miedo que te ayuda a crecer y que desaparece cuando
sabes que es ella la que manda, cuando escuchas su señales y obras en
consecuencia.
Nuestro protagonista ha podido morir en la montaña varias veces pero quizás cuando más
cerca estuvo fue durante la travesía de varias cimas de 4.000 metros en el Mont
Blanch. Esta es una de las rutas clásicas por excelencia de los Alpes. El
primer día de aproximación al vivac el tiempo fue espléndido y todo fue de
maravilla. Calculaban de doce a catorce horas de travesía para el día
siguiente. Sería un día largo y fatigoso, pero como las previsiones del tiempo
eran buenas siguieron adelante con el plan.
El día amaneció sin una nube en el cielo, pero a medida que
pasaban las horas la situación cambió radicalmente. Cuando alcanzaron un punto
en el que ya no era posible el retorno, el tiempo cambió por completo y se
presentó un temporal en toda regla. Por si fuera poco, estaban en el peor
sitio posible: una cresta, y con material metálico de escalada que atraía los
rayos. Se hallaban aproximadamente en la mitad de la ruta, eran entre las
once y las doce de la mañana y aquello pintaba mal. Truenos y relámpagos,
granizo, viento y poca visibilidad.
La verdad es que en aquella situación no
dependían ya de ellos mismos. Se hallaban en la mitad de la ruta, eran
entre las once y las doce de la mañana y aquello pintaba mal. Decidieron abandonar casi todo el material metálico. Pasaban las horas, los rayos cada vez caían más cerca y la
oscuridad era total. Llegaron a la penúltima cima de la travesía y desde allí
bajaron guiándose por el instinto, pues conocían la ruta sólo por lo
que habían leído sobre ella.
Fue una de esas situaciones en las que uno siente
profundamente que puede morir en cualquier momento. Podría haberles matado un
rayo o perder el equilibrio o sufrir una hipotermia. Ese día entendió lo que
significaba mirar el miedo. Centrándose completamente en el momento presente y
buscando la vía de descenso en vez de dejarse atrapar por la sensación de miedo
de lo que podía pasar.
El hecho de ser capaz de afrontar esta percepción de su miedo le provocó una extraordinaria claridad mental. Ese día vivió otra
experiencia que le cambió la vida. La montaña le enseñó que por mucho que se
preparase y estuviera en forma, y por muchas precauciones posibles que tomara, al
final estaba en sus manos, Sintió que estaba de verdad a merced de algo superior
que no dependía de sí mismo. Cuando sobrevives a estas situaciones solo piensas
en dar gracias por seguir vivo a esa fuerza superior llamada madre naturaleza.
Algunos pueden pensar que hacer estas cosas es de locos y de
suicidas que quieren morir. Realmente vivir y morir son las dos caras de una
misma moneda. Personalmente no se tomó la montaña ni como desafío ni como reto, sino
como un método de aprendizaje y mejora de sí mismo.
Para él la montaña entraña espiritualidad. Es un camino que
implica un proceso de cansancio y sufrimiento. La mochila pesa después de
muchas horas escalando. Estás colgado de una cuerda que a pesar esta hecha de un
material casi irrompible también puede fallar. Puede haber un desprendimiento,
un alud o caer en una grieta cuando estás en un glaciar o ser arrastrado por
una avalancha. Todo ello requiere un aprendizaje continuo que te enseña estar
en armonía con la montaña y contigo mismo.
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