miércoles, 22 de junio de 2016

Capítulo 59: El quinto elemento, tú

Alfred y él estaban bajando el Kilimanjaro como locos. Era la alegría de haber conseguido el objetivo. Cuando llegaron a la ciudad, se dio cuenta que de las últimas 36 horas habían caminado 18. De golpe, la comida y la bebida le sabían mucho mejor. El suelo plano le parecía una bendición.

En el avión de vuelta a casa se puso a pensar en cómo podía ayudar a los demás.
Decidió marcharse a San Francisco. Acompañado por Gayla, como siempre. Durante un año ha recorrido diferentes estados. Ha descubierto su forma de vivir y el mosaico de todas sus diferencias.

Una vez más se ha apuntado a otra aventura; está preparando la maratón de Nueva York. Una vez más se ha aventurado a un reto deportivo. Quiere participar y dar algo de él en este país. Así que ha empezado a entrenar para ello.

En estos meses ha viajado por varios estados de EEUU, ha conocido a grandes personalidades y ha podido hacer cosas increíbles, como caminar por encima de las brasas sin quemarse por séptima vez. Una experiencia asombrosa, que le enseñó de lo que la mente es capaz.

Durante ese año en EEUU ha podido sanar muchas heridas. Ahora ha llegado a una etapa con un sueño mucho mayor que subir a un podio y que le cuelguen muchas medallas de oro al cuello, mientras suena el himno de España.

En el momento en el que escribe este libro se encuentra en Australia, cumpliendo otro de sus sueños. Siempre quiso venir allí, desde que caminando cerca de la playa con su primera novia, vieron un anuncio de un viaje a Australia y Nueva Zelanda. Y aquí está, cumpliendo un sueño más.
Enhamed ya tiene nuevas metas. Después de Australia va a correr la maratón de Nueva York. Y luego quiere cruzar EE.UU en bicicleta durante 50 días. Quiere pedalear desde San Diego hasta Nueva York.

Capítulo 58: El pico de la libertad

Querían coronar Uhuru, el pico más alto. Uhuru significa en suajili: ‘el pico de la libertad’. Enhamed dependía de sus guías para todo. Antes de hacer nada tenía que esperar a que le dieran indicaciones. 

No podía arriesgarse a andar solo porque podía haber un agujero o precipicio.
Pasada la medianoche salieron de nuevo a caminar. Se dedicaron a andar y andar. La marcha comenzó a ser muy difícil, tenía náuseas y ganas de vomitar. No podía comer nada. Continuaron montaña arriba.

Al esfuerzo de caminar se unía que tenía que ir concentrado en lo que decían. Si dejaba de escucharles, se tropezaba.


Pero, por fin, llegaron a la cima. ¡Lo habían conseguido! ¡Era increíble! Parecía mentira. Estaban eufóricos y se abrazaron. Enhamed golpeó el cartel del Kilimanjaro, sacando con ello el cúmulo de sentimientos que llevaba dentro.

Capítulo 57: Trabajo en equipo

Una vez llegaron al refugio se fueron a dormir pronto a la cama. Cuando sonó el despertador, solo habían dormido cuatro horas. Preparó su mochila y se la puso al hombro.

Caminaron de noche para coronar al amanecer y bajar antes de que el sol golpeara con fuerza el monte Neru. Mientras avanzaban, lo iban avisando de los obstáculos que aparecían en el camino: escalón, zanja, piedra, raíz. Esa fue su última rutina durante horas.


Avanzaban a trompicones. Tardaron cuarenta y cinco minutos en subir un tramo de nada. Por fin, tras 6 horas, llegaron a la cima del monte Meru. Era una cima muy estrecha, donde los esperaba un cartel que indicaba la altura a la que estaban y un congratulation. Para sus compañeros había un premio más: la vista. Desde ese lugar tenían una perspectiva privilegiada del Kilimanjaro. Mientras bajaban, sus compañeros le describían el paisaje. 

Capítulo 56: Nuevo reto a 6000 metros de altura

Tras terminar el Ironman, la prensa volvió a ponerle de ejemplo. Todos querían entrevistarle o hacerse una foto con él.

Sin embargo, otro reto le esperaba. Antes de la prueba de triatlón, le propusieron participar en una expedición hasta la cima del Kilimanjaro. No lo dudó. Siempre le habían fascinado las montañas. El reto de coronar una montaña de casi 6.000 metros le provocaba mariposas en el estómago.
Embarcaron llenos de ilusión y ganas de poner la bandera de Gran Canaria en el punto más alto de África.

Tras treinta y seis horas de viaje llegaron al hotel, ubicado en medio de Tanzania. Dejaron las cosas y descansaron. Cuando amaneció se prepararon para ir al Parque Natural de Arusha, donde está el monte Meru. Sus 4.500 metros los van a servir para entrenar y a que el cuerpo se acostumbre a la altura. Caminaron seis horas hasta el refugio Saddle, a 3580 metros. 

Capítulo 55: Llegada a meta

En el kilómetro treinta y cuatro, su cuerpo se rebeló, su estómago decidió que era el momento de sacar fuera todo lo que llevaba dentro. Tenía ganas de llorar, de escapar de ese dolor. Tras sacar toda el agua ingerida en los últimos 30 minutos, le pidió a Andreu que le diera un instante. Era el momento del recurso mental definitivo; solo quedaban ocho kilómetros y era lo que le argumentaba a su mente.

Tras haberse separado cuerpo y mente en los últimos 4 kilómetros, ahora, debían unirse más que nunca. La sombra pasó a formar parte de la energía que necesitaba para terminar, su mejor Enhamed apareció para llevarle hacia la meta del Ironman Lanzarote 2014.

En el último kilómetro, la gente empezó a gritar con más ganas; su sonrisa se mezclaba con una emoción indescriptible. Mientras los speakers anunciaron por los altavoces, Andreu, Gayla y Enhamed cruzaron la meta del Ironman. Una meta que, hacia unos meses, muchos creían imposible; incluso él mismo lo pensaba hacia tan solo dos años.

Se abrazó a Andreu y le agradeció, de todo corazón, que lo hubiera ayudado a lograr su sueño. No dejó de repetirle, entre lágrimas y con una gran sonrisa: ‘tío, lo hemos hecho’. Enhamed abrazó a Gayla mientras ella lo lamía.


Había conseguido todo lo propuesto. Tenía el record del mundo que tanto había deseado. Había demostrado con creces que su ceguera no era una limitación. Ahora era momento de descasar, dedicar más tiempo a su vida personal. Y respirar el aire puro de tierras lejanas. 

Capítulo 54: Viajes que abren la conciencia

En agosto le entraron ganas de volver a casa, así que preparó su regreso. Pero sólo estuvo unos días. En seguida se apuntó a otra aventura, se fue a Nepal con Rick. Los invitaron a conocer un proyecto que había organizado Linda, una británica que pedía a empresarios que fueran a la zona y vivieran la realidad del lugar donde deseaba poner en marcha la iniciativa.

Al volver trabajó dando algunas conferencias y empezó a plantearse un nuevo reto deportivo. El Ironman de Lanzarote, pero sólo tenía siete meses para preparármelo. Su entusiasmo consiguió engatusar a Andreu para ser su entrenador y guía. Con ese pacto se marchó, una vez más, de viaje. Se fue a hacer un curso de meditación en India. Aprendió a entrar en contacto con su yo más profundo, a despertar su conciencia.


En menos de un año había viajado alrededor del mundo, de EE a Nepal, de España a la India. Enhamed siempre fue una persona inquieta que necesitaba estar eternamente en movimiento.

Capítulo 53: Proyectar hacia fuera

Cuando cumplió 25 años volvió a Madrid. Por suerte no todo era la natación en su vida, daba formación y conferencias sobre su experiencia. Además quiso seguir avanzando en su conocimiento interior. Se matriculó en otro curso de Tony Robbins, de una semana de duración.

Se produjeron más cambios dentro de él durante ese curso. Decidió ir a EE.UU a estudiar inglés motivado por Rick, un amigo que conoció esos días y que se convertiría en el pilar fundamental de su futuro en San Francisco. Su viaje salió sobre ruedas. Se fue ocho meses a vivir con una familia que no conocía en Boston, una ciudad completamente nueva.

Las primeras semanas fueron muy duras, se obligó a no leer ni hablar en español. Entre las clases, visitaba la ciudad, conoció gente en bares y cafeterías, se relacionó con el profesor particular que contrató y con la familia que vivía, se sumergió en el idioma… Acabó aprendiendo.


La familia con la que vivió fue una pieza clave en su aprendizaje de la lengua y de la cultura de del país. El primer día, el abuelo le dijo que para ellos era un miembro más de la familia. Y así se lo demostraron en cada celebración familiar, en cada momento bueno o malo. 

Capítulo 52: Ahora o nunca

Y pasó lo que tenía que pasar. En los 100 metros libres, nadó como le dijeron que tenía que nadar. Quedó cuarto, la peor marca en seis años. Todo empezó a ir de mal en peor. En los 50 metros libres le dijeron cómo tenía que nadar e hizo una marca peor que la del entrenamiento y pasó sexto a la final.

Por fin salieron a la prueba y se lanzaron a nadar 50 metros libres. Cuando llevaba 40 metros de la prueba se dio cuenta con la corchera en la mano, pero, a pesar de eso, ganó un bronce. El chino le acababa de arrebatar el récord del mundo. Lo cierto es que hizo una prueba para quitarse el sombreo. 

En el podio, cuando le dieron la medalla, soltó la tensión a lágrima viva.
Enhamed no seguiría compitiendo. No podía más. Llegó el momento de los 100 metros mariposa: lo estaba dando todo. Salió eufórico, consiguió la plata.


Consiguió otra plata en los 400 metros libres. Al día siguiente, cuando estaba preparado para lanzarse a la prueba de 200 metros estilos pensó que debía darlo todo en probablemente su última competición y lo logró. Hizo su mejor marca en esa prueba aunque no fue suficiente para ganar una medalla, fue una bonita despedida, disfrutando realmente de la competición y sintiéndose un privilegiado por todo lo que había vivido.

Capítulo 51: Bajo tus propias reglas o las de los demás…

Los días fueron pasando y a finales de abril llegó con todas sus energías al europeo de Berlín. Hizo un récord del mundo casi por sorpresa.

Empezaron los entrenamientos para el europeo, que también eran en Berlín, en el mes de julio. Los entrenadores le corrigieron la técnica y él se guio por ellos. Aunque consiguió tres oros, una plata y un bronce, le ganaron por primera vez en los 100 metros mariposa. Hacía cinco años que nadie le ganaba.

Si Enhamed hubiera sido un poquito más listo se habría dado cuenta de que, o cambiaba, o los JJOO se iban al garete. En el europeo, decidió competir bajo sus reglas y ganaron tres oros, una plata y un bronce. Pero la competición no había sido buena… Empezó a ver que las cosas no iban bien. Pero todavía no sabía cuál era la causa aunque, con el tiempo y los errores, llegó a una conclusión.

Era una cuestión de velocidad, al nadar los 100 metros mariposa y los 100 metros libres. Los entrenadores siempre le aconsejaban empezar más lento y acabar con más energía los últimos metros de la prueba. Pero Enhamed era velocista, sólo sabía salir al máximo.

En el europeo de Berlín salió con una intensidad menor de la que necesitaba. Por mucho que aceleraba, al final, no llegó al resultado. Para colmo sintió que, aunque estaba exhausto, todavía le quedaba un extra. Su frustración fue enorme.


Llegó un momento en el que el agobio, la desgana y la desidia fueron tan invalidantes, que un jueves por la tarde se fue del entrenamiento y no volvió a la piscina hasta el lunes por la mañana. Con todo ese cúmulo de circunstancias, llegó a los JJOO de Londres.

Capítulo 50: Revelaciones

Su prioridad para los próximos dos años serían los JJOO de Londres. Se dedicó a entrenar sin parar. Se dio cuenta de que ADE no lo llenaba lo suficiente y decidió dejar la carrera. Se puso a hacer un máster de Coaching ya que lo estimulaba mucho poder ayudar a la gente.


El máster fue interesante y aprendió mucho. Pero se dio cuenta de que en la sociedad teníamos la persecución del título. Enhamed comprendió que, a pesar del afán por estar licenciado en algo, no hace falta tener una carrera para ser un experto en algo, todo está en los libros. 

Capítulo 49: Sombras en la mente en el Ironman

Estaba a punto de terminar la segunda vuelta. Iba por el kilómetro veinticuatro cuando, por el rabillo de su ojo mental, empezó a sentir que se acercaba una gran sombra. Su mente le susurraba que ya había corrido más que en toda su vida, que había pasado su límite de veintidós kilómetros.


Empezaron a aparecer algunos malos pensamientos. No quería pensar en ellos; no debía hacerlo. Enhamed estaba justo en ese punto en el que la mente puede perder el control. Estaba llegando a su límite. Apretó los puños y siguió corriendo.

Capítulo 48: Crisis vitales y sorpresas del destino

Enhamed sentía que le faltaba algo en su vida. Ese mismo abril fue a hablar con Vaquero porque quería dejar la natación. Le dijo que estaba harto y que sentía que nunca había valorado el esfuerzo que hacía. Por eso, decidió tomarse nueve meses de vacaciones.

Durante ese tiempo se dedicó a viajar, a irse de fiesta, a estudiar y a aprobar las asignaturas de la universidad. También hizo cursos de espiritualidad. De repente, tenía otra vida fuera del agua. Además llegaron más cambios a su vida. Contactó con él una empresa de conferencias y superación personal, con la que trabajaría más adelante. Le ofrecieron que diera algunas conferencias. Y eso le gusto.

En Enero se dio cuenta de que no sabía qué hacer con su vida. La piscina siempre había sido su tabla de salvación en los malos momentos. Así que habló con los entrenadores y en febrero volvió a entrenar.


Durante esos meses compaginó su trabajo con la natación. Se fueron al Mundial de Holanda, pero Enhamed ya no estaba bien entrenado y andaba fuera de su peso. Y a pesar de ello fue de las mejores competiciones que ha hecho en su vida.

Capítulo 47: Gayla. Una nueva compañera de viaje.

Volvió a la agridulce realidad de sus entrenamientos el 14 de octubre. Tenían una reunión de equipo con Vaquero, en el centro de Alto Rendimiento de Madrid. Empezaron a hablar de las pruebas de Pekín. A Enhamed le gustó su actitud, dijo que estaba muy bien que al final hubiera conseguido cuatro medallas de oro, pero que había muchas cosas que mejorar.

Curiosamente, el entrenador del equipo olímpico de los que no tienen problemas de visión, sí le felicitó. Aunque se dedicaba a la natación, hizo algunos cambios en su vida. Empezó ADE. También empezó a salir bastante porque, después de haber trabajado tanto, tenía ganas de irse de fiesta.
El miércoles 11 de marzo, por fin, les dijeron que les iban a dar al perro. Fue un mes muy interesante. 

Por la mañana entrenaban al perro y por la tarde se iba a entrenar el gimnasio. También se dedicó a comer mucho, porque lo mismo les daba una hamburguesa que una tortilla gigante, para desayunar. Fue como estar otro mes de vacaciones. Aunque en realidad no paraba.


Regresaron juntos a España y, a partir de entonces, fueron dos. Con el tiempo, Gayla y Enhamed conseguirían entenderse.

Capítulo 46: Reconocimientos que desconciertan

Al regresar de Pekín la atención mediática era enorme. Durante las siguientes semanas lo invitaron a dar charlas, entrevistas, e incluso volvió al instituto a contar su experiencia. Le dieron medallas al mérito deportivo y un sinfín de reconocimientos. Marcaría un antes y un después en su vida.

Pasó de ser una persona más, alguien que iba solo a entrenar, a que todo el mundo le mirara y le aplaudiera. Se había pasado mucho tiempo preparándose para los JJOO sin llamar la atención, y de repente, el foco estaba puesto sobre él.


Un día era una persona importante y, al siguiente, no era más que un desconocido que a nadie le importa. Hay que perseguir cualquier logro bajo el reconocimiento personal. Todo lo demás pasa. Lo bueno, y lo malo.

Capítulo 45: El calor de voces y de ladridos familiares

Empezaron la tercera y última parte del triatlón. Llevaban muchas horas de esfuerzo físico. Se sentía muy satisfecho. Muchas de las personas que lo querían estaban ahí, dándole ánimos. Sólo habían completado cuatro kilómetros de carrera a pie. Iba a necesitar recurrir a las técnicas mentales que había aprendido.


Aún no sabía bien cómo, pero lograron terminar la primera vuelta. Sólo quedaban dos más y habría conseguido su reto. Había conseguido mucho más de lo que pensaba. Tenía que seguir; la carrera continuaba.

Capítulo 44: La meta está siempre en tu mente

No sabía cuántas pedaladas había dado ya. Habían sido una tras otra las que lo habían llevado hasta allí. El sol seguía dándole en la espalda.

Andreu decía que iban a bajar la velocidad porque sólo quedaban 12 km. Él guiaba. Llegaron a una rotonda. De pronto, escuchó una ovación. Mucha gente los animaba. Por fin, habían llegado. Estaban eufóricos.


Ahora sí que se sentía capaz de terminar el Ironman. Todo estaba en su mente. Durante el Ironman realmente iba a necesitar toda esa energía tectónica para correr como nunca lo había hecho. 

Capítulo 43: Los JJOO de Pekín

Un día, después de su entrenamiento especialmente largo y duro, consiguió otro hito. Solo les quedaba una única serie de 50 m. Lo único que pensó fue: ‘Quiero llegar a esa pared de enfrente en el menor tiempo posible’. Al sacar la cabeza del agua, el entrenador gritó su tiempo: ¡Lo había conseguido! Dijo exactamente el número que Enhamed había estado persiguiendo: 27 segundos. Fue una revelación.

Se había pasado meses haciendo ejercicios para encontrar ese estado de concentración absoluta en el que nada importa, no piensas nada y solo tienes el movimiento presente. Todos aquellos ejercicios no eran la respuesta, ni si quiera se acercaban a lo que debía de ser la respuesta, pero ayudaron a que pudiera dar un salto intuitivo.

Para conseguir su objetivo desterró de su vocabulario palabras negativas. En su carrera hacia el sueño olímpico tuvo que dejar atrás el miedo. El 29 de agosto volaron hacia Pekín. Al aterrizar todo fue más sencillo que en Atenas. Estaba muy bien organizado. Todo era a lo grande, y muy espectacular.

El día de la inauguración se levantó con 38 grados de fiebre. Competía solo tres días después. Le dieron medicación, y decidió no ir a la inauguración. Visualizó cosas positivas. Se convenció de que cuando se levantara al día siguiente iba a estar bien. Al día siguiente, se levantó perfecto. Estaba mucho mejor que antes de estar enfermo.

Y por fin llegó el gran día, 9 de septiembre del 2008. Una fecha que jamás podría olvidar. Su primera prueba fue la de 100 metros mariposa, cuya semifinal se le había dado muy bien…

Antes de que la gente guardase silencio, Enhamed ya había dejado de escucharles. Cuando dieron la salida, simplemente hizo lo que había estado visualizando tanto tiempo. Durante más de un año había imaginado esa prueba mientras iba por la calle, mientras comía o estaba con amigos. Llegó a soñar con ella. Había nadado esa prueba miles de veces en la piscina, y otros miles en su cabeza. Antes de darse cuenta había terminado.

Cuando estaban a punto de saltar al agua, mientras se quitaba el chándal, los ochenta españoles le cantaron cumpleaños feliz. Le cambiaron el estado mental. Estaba contento, aunque la marca no había sido muy allá. Cuando ganó la tercera prueba, la de 100 m libres, fue la locura. Era su tercer oro.


Todo el mundo daba por hecho que iba a ganar la última prueba, la de 50 metros libres. Se lanzaron el agua. Acababa de conseguir un récord del mundo, superando una marca que estaba desde el año en que nació. Estalló de emoción. Saltaba y gritaba en el agua.

Capítulo 42: Sensaciones a más de 80 km

Coronaron el Mirador del Río y los había adelantado todo el mundo. Pasaban las dos de la tarde y todavía quedaban 60 km. En los últimos 50 km se volvieron a cruzar a su hermana. Luego sólo quedaban km y km en los que no había otra que aguantar el tipo. En esos momentos es importante mantener el autocontrol. El estado mental es fundamental en esta prueba. 

Capítulo 41: Libros que hacen más que la escuela

Tras el mundial de Brasil el verano fue realmente divertido. Se empezó a sentir bastante mejor. Con tanta charla llegó a Marruecos, donde le esperaban sus padres deseando darle un abrazo. No llevaba muchas cosas en la maleta, pero sí se llevó el ordenador lleno de libros. Se pasó el verano leyendo, devorando páginas. Se pasaría horas buceando entre esas historias, descubriendo, imaginando, soñando con ir más allá de sus propios límites.

En verano lo dividieron entre la casa que tenían en Aaiún y la que tienen en la playa. También veía películas, como Forrest Gump, una película que lo emociona por la ingenuidad y la inocencia del personaje. Todo lo hace con voluntad y sin ningún tipo de malicia. Era algo que le dolía como si se lo estuvieran haciendo a él.

Otra cosa que le fascinaba era despertarse temprano, antes de que todo el mundo se levantase a desayunar, y subir a la azotea a leer o reflexionar. Sentir el viento en la cara lo aislaba de sus preocupaciones. Le gustaba pensar que al otro lado de ese océano había todo un continente.

Esas lecturas aumentaban en él el deseo de hacer mucho más, de llegar más lejos, de viajar y conocer el mundo. Es un deseo que lo acompaña desde entonces.

A veces, dejaban la casa de la playa y se iban a la casa de la ciudad. Entonces se sentaba en el jardín de atrás, a leer. Siempre le ha gustado leer en sitios abiertos. Hasta que llegaron las nuevas tecnologías no podía irse a leer en braille a la playa. En cuanto apareció el notebook se compró uno y eso ya le permitió más libertad de movimientos para ir a leer donde le apeteciese. Pero hasta que evolucionó la tecnología se vio obligada a leer en sitios cerrados.

A través de las páginas de los libros viajaba a otros mundos, vivía otras vidas y aprendía mucho. Todas las lecciones que aprendía las aplicaban a su vida personal, a su forma de mejorar sentimientos y emociones, pero también le sirvió para el deporte. Entonces se aseguraría de tener la mente lúcida y clara, manteniendo la determinación de quitar cualquier cosa, por pequeña fuera, que no se llevase al logro de sus objetivos.

Se dio cuenta de que tenía que dejar de buscar las medallas, porque su mejora como nadador era ir algo más allá. Tenía que encontrar otra manera de actuar y cambiar su lenguaje interno. Eso lo liberó de una presión espectacular. Empezó a tomarse todo como un juego, a fijarse en cómo trabaja más que en si había superado su marca. Todos los días se preguntaba si entregaba el corazón en lo que estaba haciendo. Se preguntaba si sentía satisfacción, si había aprendido algo, si había crecido como persona.

En septiembre salió todo lo que pudo y empezó a aplicarse, poco a poco, las cosas que había leído sobre los que se habían atrevido a ir más allá. En octubre, el entrenador los convocó para empezar a preparar los JJOO de Pekín. Tuvo que pensar si estudiar la carrera o luchar por los oros. Decidió dejar los estudios y dedicarse a lo que realmente le entusiasmaba, que era entrenar.


Desde ese momento, fue una persona mucho más feliz. Solo tenía que centrarse en una cosa que, además, disfrutaba. 

Capítulo 40: Técnicas mentales para ganar medallas.

Pasaron los meses y llegó la concentración previa al Mundial de Brasil. Un día, en una serie de 50 metros libres, consiguió la mejor marca que había hecho en su vida. De repente se dio cuenta de que estaba realmente preparado para el Mundial. Se fueron a Brasil. El clima tenía poco de paradisíaco porque había temporal.

En la piscina, el agua estaba a 19 grados, lo que supone que estaba muy fría. Hasta tal punto que, cuando iban entrenando, sólo notaban la planta de los pies por los pinchazos helados. Ni si quiera terminaron el entrenamiento porque decidieron sacarlos del agua.

En esos meses se había dado cuenta de que no era algo físico lo que buscaba; esas sensaciones eran una actitud mental. Una postura que, si la cambiaba, se hacía ver todo desde otra perspectiva.

Allí, bajo la ducha, fue la primera vez que voluntariamente decidió creer que ya tenía sensaciones y que al día siguiente todo le iba a salir bien. No pensaba en los errores que podía cometer. Era una especie de equilibrio interno. Un sentimiento que decía que podía hacerlo.

Al día siguiente habían subido la temperatura del agua. Estaba a 25 grados. Seguía siendo fría pero no era lo mismo y, como estaba en movimiento, lo puedes soportar. Llegó la primera prueba. Era la de 100 metros mariposas. Se subió al poyete y cuando dieron la salida se lanzó con todas sus fuerzas. 

Salió fenomenal. Cuando terminó, un compañero le gritó que era campeón del mundo.

Con la demostración de que era capaz, siguió compitiendo. Las siguientes pruebas salieron muy bien. Bajó su marca en todas. Algo había pasado en su interior.

Capítulo 39: Momentos de ‘rompe-piernas’

Se había propuesto acabar un Ironman y lo iba a hacer. Llegaron a Terguise y empezaron a bajar la cuesta. Cuando subía, escuchó la voz de su hermana. Le hizo muchísima ilusión que estuviera allí. Estaba feliz y quería compartirlo.

La prueba llegó a la parte más compleja. Había muchas cuestas y zigzags, lo que se llama un rompe-piernas. Empezaron a subir el mirador de Aría que era una cuesta muy, muy larga.

Llegaron al Mirador del Río, con sus tres kilómetros adornados de unas cuestas terriblemente empinadas. Con el tándem se hacían especialmente difíciles. Siguieron dando pedales. No quería bloquearse ante el constante dolor que sentía en los cuádriceps y en los gemelos.

Con el tándem no podían parar, bajo ningún concepto, a mitad de la cuesta.

Capítulo 38: Lecturas inspiradoras y mantras

Su entrenadora, Ana Belén se quedó embarazada. Llegaron otros entrenadores y eso lo ayudó porque no se sentía tan presionado. Aplicaba inmediatamente todo lo que aprendía en los libros que iba encontrando, lo que leía en pequeños blogs o en los manuales que hallaba en la biblioteca digital de la ONCE.

Devoraba todo lo que caía en sus manos intentando mejorar. Aunque de momento sólo aplicaba lo que leía al entrenamiento. Más tarde lo extrapolaría a su vida personal. Pero, sin duda, la mayor aportación de todas fue el descubrimiento de que el lenguaje puede modelar nuestro cerebro y, por ende, la experiencia que tenemos del mundo. Cada palabra tiene un poder inconmensurable, como decía Confucio.


Ese libro lo llevó por un largo camino de establecimiento de metas, identificación de valores personales y, sobre todo, a cambiar un paradigma clave del que no se percató hasta más adelante. En los pocos meses que aplicó algunas de las enseñanzas de los libros que leería, su vida dio un giro de 180 grados, lo que le llevó a abandonar la carrera de psicología.

Capítulo 37: Técnicas poderosas para cambiar el chip

Dos semanas antes del campeonato de España, se dio cuenta de que el problema que había tenido en los entrenamientos de los últimos meses había sido su actitud. Aplicando su nueva forma de entrenar, puso rumbo al campeonato.

Llevaba más de tres años queriendo bajar de los cinco minutos en piscina, de veinticinco; pero nunca lo lograba. Demasiado presionado por él mismo y por sus entrenadores. Por eso mismo, no conseguía aplicar todo lo que había entrenado en competición. Dejó todas las probabilidades abiertas y se dio permiso para disfrutar. Y lo consiguió. Bajó la barrera de los cinco minutos, lo había hecho en 4.59.

Tras conseguir bajar su marca se sentía satisfecho. Pero no sólo eso, se sentía poderoso. Había encontrado la clave. Era su cabeza la que no le había dejado conseguir bajar su marcaba.

Ahora arrancaba su época de experimentación mental. Hacían un ejercicio que consistía en nadar dieciséis series de cien metros, con muy poco descanso. El objetivo era hacer el mejor promedio. Él nadaba las dos primeras series a un alto ritmo, mejor que la media prevista, pero en la tercera y en la cuarta, su rendimiento bajaba.

En su cabeza se había propuesto una mejor marca. Esa meta obligaba a su cuerpo a luchar por intentar conseguirlo. Cada vez que superaba su marca, ella lo felicitaba como si hubiera ganado la lotería.

Se dio cuenta de la importancia de las barreras psicológicas. Se dedicó a buscar historias que lo ilusionaran. En el deporte, una vez que superas una marca, la puedes superar muchas más veces. Es una barrera psicológica. También dejó de pensar cuánto le quedaba de entrenamiento, para centrarse en cuánto llevaba hecho hasta el momento.


Durante esos meses se dedicó a combinar sus entrenamientos en la piscina con una búsqueda incansable, de consejos, técnicas psicológicas e historias que pudiera emular.

Capítulo 36: Olores, sabores y sensaciones del Ironman

Tras muchos pedales, coronaron Timanfaya. Empezaron a descender por el Parque Nacional. Iban a toda velocidad. Cuando ya estaban a tope, metidos en la prueba, las sensaciones fueron increíbles. Cada vez que pasaban por una localidad, todo el pueblo estaba asomado para animar.

Era todo un acontecimiento que, dos mil personas, hubieran tomado la isla para hacer deporte. Mientras bajaban la montaña recuerda mil olores: cada lugar desprendía un aroma diferente.
Pasaron por el pueblo de la Santa. Psicológicamente, era un punto clave para él ya que fue donde empezó a montar en bici. Estaban cerca del kilómetro 70, casi la distancia de medio Ironman, cuando se dio cuenta de que era más capaz de lo que se imaginaba.

La mente nos juega malas pasadas pero somos nosotros los que llevamos el timón. La forma en la que nos contamos lo que sucede, nos afecta muchísimo.

Capítulo 35: Tras los pasos de Siddhartha

Las dos semanas siguientes fueron muy malas. Estaba muy removido por dentro. Tenía muchas razones por las que ser feliz, pero no lo conseguía. Él ya había empezado a leer de forma compulsiva desde abril del 2006. Pero Enhamed cree que lo hacía como un modo de evasión. Algo cambió dentro de él cuando empezó a leer Siddhartha, de Herman Hesse.

Se vio reflejado. Él quería emprender ese camino en busca de su propia verdad. El protagonista emprende ese viaje para encontrarse pero, también para hallar un mundo real. La gente empieza a seguirle pero él les dice que no le sigan, que hagan lo mismo y busquen su propio camino.

También comprendió que ese camino es desde el interior hacia afuera, que no podía culpar al mundo de lo que le pasaba, tenía que cambiar por dentro. Tenía que encontrar la forma de aplicar a su vida lo que había visto en el cine y lo que estaba leyendo en casa. Ese fin de semana le salieron un montón de planes encadenados.

Se fue a cenar con sus dos amigas. Una se iba de viaje e iban a despedirla. Hizo lo que nunca se había atrevido, arriesgarse: irse de fiesta. La aventura terminó el domingo, después de dormir en una casa que no era la suya, y de estar en un parque, toda la tarde, comiendo helado. Se sentía diferente. Había sido algo imprevisto. Fuera de todo lo que era habitual.

Ese fin de semana se produjo en él lo que se llama un interruptor de patrón. Haberse atrevido a hacer algo diferente, y que hubiera salido, bien le ayudó a parar todos los esquemas anteriores: resignarse a estar aburrido, a estar solo, a no hacer nada o a pensar que él no podía ir de fiesta.

El cambio de su patrón mental fue un proceso inconsciente. Fue escucharse diariamente y prestar atención a su dialogo interior. Llegó el lunes y decidió pensar de otra forma. Cuando fue a entrenar, pensó que daba igual si salía bien o mal porque iba a dar el máximo. No quiso reservar las energías pensando que las necesitaría para el final. Algo había cambiado dentro de él.


Se centró en cada serie. Cuando terminó el entrenamiento descubrió que había hecho el mejor promedio de marcas de los últimos dos años. En realidad se trataba del nuevo Enhamed; el viejo, estaba empezando a desaparecer.

Capítulo 34: Dando palos de ciego

Se encontraba mal porque quería ser mejor e, inconscientemente, quería ser mejor para volver a ganarse el amor de la persona que ya no quería ser su pareja. En enero y febrero del 2007 estuvo inmerso en una profunda crisis personal. Perdió todo interés por la natación, se sentía triste, angustiado y casi depresivo.

En febrero llegó la época de los exámenes pero no se presentó a ninguno. Durante dos meses se hundió, no atinaba en nada, daba palos de ciego literalmente y no sabía lo que le pasaba. Simplemente, no tenía ganas de hacer nada.

Iba a entrenar sin abrir la boca. Tenía una actitud realmente mala. Con esa nube negra que rodeaba su cabeza llegó el domingo. Pero encontraría la pista de una vida que lo agobiaba muy pronto. Nunca sabes dónde ni cuándo van a cambiar las cosas. Había quedado con su hermana. Se empeñó en invitarlo al cine. La película lo enganchó, era En busca de la felicidad.


La historia le afectó muchísimo. Mostraba a alguien con un sueño, que creía que podía hacer las cosas. Y Enhamed no tenía ningún sueño, nada por lo que luchar. Se pasó toda la película intentando que su hermana no se diera cuenta de que estaba llorando. Salió del cine sabiendo que algo estaba mal dentro de él. Si hubiera ido al psicólogo le hubiera dicho que tenía una depresión. Sentía que por ser ciego no merecía nada. 

Capítulo 33: Nuevos objetivos en mente y crisis vitales

En realidad, sus veranos eran muy cortos, por eso intentaba aprovecharlos al máximo. Cuando regresó de ese campamento volvió a Madrid, y lo primero que le dijo su entrenador es que había engordado un montón. Se dedicaban a trabajar duro para el Campeonato del Mundo de Sudáfrica; tenía ese objetivo en mente, y cada día se esforzaba más para intentar conseguirlo.

Una noche sus compañeros decidieron cambiarse de sitio en unos sillones mientras cenaban. Se pusieron a correr. Corrió mucho, los adelantó y tocó una mesa. Decidió pisarla para saltar al sofá. Pero había un cristal con el que no contaba que, al romper con el pie, provocó que se le clavara una esquirla. El cabreo de su entrenador no alcanzaba límites. Con 20 puntos recién puestos se tiraría a la piscina.

Cuando regresó, con sus dos platas y cuatro bronces, se planteó las cosas. No estaba satisfecho. Su vida en Madrid era gris y pesada. En la universidad le iba muy mal. Segundo de psicología se le estaba resistiendo. Con los entrenamientos no estaba estudiando nada. Pero ya no era el instituto, ya no podía aprobar sin estudiar. Suspendía las partes prácticas porque estaba entrenando o compitiendo. A muchas asignaturas no podía ir y, los profesores, lo suspendían por ello.

Empezó a entrar en una crisis. Cada vez odiaba más su vida. Empezó a plantearse muchas cosas. 
Pensaba que estudiar mal se le daba mal, que no había aprendido técnicas para hacerlo mejor. Se planteó ponerse a trabajar, pero no se imaginaba vendiendo cupones el resto de su vida.

Su vida personal tampoco le gustaba. Ya no tenía pareja, ni apenas amigos en Madrid, porque se había dedicado a entrenar. Se sentía completamente perdido.

Capítulo 32: Sintiendo las estrellas

Ese año mantuvo una relación a distancia con María porque ella se había quedado estudiando medicina en Las Palmas. Fue muy duro en todos los aspectos; la distancia se le hacía insostenible y se sentía muy solo. Pero, además, tuvo que enfrentarse al fracaso en los estudios. No conseguía entrenar y aprobar las asignaturas. Fue demasiado para él.

Por fin llegaron las vacaciones y volvió a Las Palmas. Se pasó el verano saliendo con Miguel. Y se lo pasó realmente genial. Se fueron a Lepe, un campamento para personas con problemas visuales que organiza la ONCE. Siempre le gustó marcharse de campamento. Este era solo para adultos.


El lugar del campamento de ese año era una especie de camping con cabañas de madera. A pesar de que por las mañanas hacían actividades, todas las noches se acostaban a las cuatro o cinco de la madrugada. Un día hicieron tirolina, otro fueron a Isla Mágica, otro día fueron a caminar por Sevilla. Con una temperatura de 42 grados visitaron la Giralda. Pero, merecía la pena.

Capítulo 31: Eliminando barrearas gracias a las nuevas tecnologías

La gente no se puede hacer una idea de cómo las nuevas tecnologías los han integrado en la sociedad a las personas ciegas. Cuando él era un adolescente que iba al instituto, a lo más avanzado que podía aspirar era a un aparato llamado Braille Speak. Era como una pequeña tablet, pero sin pantalla y con sólo siete teclas. Por entonces, no podía ni imaginar lo que estaba por venir ni cómo los avances de las nuevas tecnologías iban a ampliar su capacidad para relacionarse con el mundo.

Pero el gran cambio llegó con el IPhone en el 2007, aunque no tenía accesibilidad todavía. Fue en el 2009 cuando llegaron los primeros terminales accesibles. Marcó un antes y un después en su vida. Nunca habían podido imaginar el abanico de posibilidades que estos teléfonos iban a traerles. Con los años ha ido aumentando la oferta de aplicaciones accesibles y la potencia de este software.

Les habían concedido muchísima independencia en situaciones cotidianas. El IPhone les dio a las personas ciegas un salto comunicativo espectacular. Tiene una serie de inconvenientes, principalmente el precio. No todo el mundo puede permitírselo. Pero no hay nada que se aproxime a las facilidades que se pueden ofrecer a un ciego, como un IPhone.


Los Smartphones les han aligerado la vida en muchos sentidos. Antes tenían muchísimos aparatos específicos que los ayudaban a ser independientes en muchas cosas, pero tenían que ir cargando con todos ellos, con una mochila de explorador, o sólo utilizarlos en casa. Con el IPhone tienes todas esas cosas en un aparato que te cabe en el bolsillo. 

Capítulo 30: Crear desde la libertad

A los 18 años llegó a la capital con toda su ilusión, a estudiar psicología y entrenar por las tardes. Al aterrizar en la universidad le volvió a pasar lo mismo que en el instituto. El cambio se le hizo difícil y le costó mucho adaptarse. No estaba marginado, en seguida conoció gente, pero aunque lo invitaban a fiestas no iba.


Prefería quedarse en su entorno seguro, porque todavía no había desarrollado sus habilidades sociales. El lenguaje que imperaba en su cabeza era muy negativo. Enhamed quería ser independiente, como los demás, pero muchas veces sentía rabia de las dificultades que se encontraba para serlo.

Capítulo 29: Ahora sí que sí

Siguieron rondando con la bici. Sonreía de pura emoción. Era muy divertido y se sentía muy feliz de estar ahí, participando con los demás. El ritmo que llevaban era constante, pero muy tranquilo; aunque Enhamed sentía que iba despacio. Andreu manejaba el ritmo, se trataba de una prueba de aguantar todo el día. Se adaptó al ritmo de Andreu, y confió en él.

Pedaleaban desde Puerto del Carmen hasta Puerto Calero. A partir de Puerto Calero se encontraron con una cuesta que, en el entrenamiento en Lanzarote, se le había resistido. Para su sorpresa descubrió que no era tan dura.

Sentía el viento en su cara, los rayos del sol, los sonidos de las personas que estaban viendo la prueba. Se empezaron a cruzar con otros participantes, personas que los acompañarían el resto del Ironman.

Llegaron a una cuesta muy alargada, de 6 km de subida. Esto, psicológicamente, afecta. Pero esforzarse, eso tiene que hacerlo como todos. Empezó a adelantarlos todo el mundo porque el tándem pesaba más e iban más lentos.


Enhamed iba a tener que dar todo de él, como el año anterior en los JJOO de Pekín. Merecía la pena. Tenía un sueño y quería conseguirlo. Ningún ciego había conseguido terminar un Ironman en España, y él se había propuesto ser el primero. Ahora estaba ahí, luchando por un sueño, pedalada a pedalada.

Capítulo 28: Compaginando entrenamiento con la vida misma

Mientras aprendía a bucear en las relaciones sentimentales y sociales, sus entrenamientos continuaban. Fue de las primeras veces en su vida que disfrutaba del entrenamiento. Oliver se centró en nuevos ejercicios para trabajar la velocidad. Estaban destinados a trabajar la fuerza en el agua. 

Usaba un bañador con bolsillos o nadaba atado a una goma, que anclaban en la pared de la piscina. Se dedicaban  a practicar series más cortas pero mucho más intensas.

Tras pasar selectividad necesitaba cambios en su vida. Quería estudiar en Madrid psicología y para poder hacerlo necesitaba algo de dinero. Así que habló con la ONCE para trabajar en verano vendiendo cupones. Le hicieron un contrato de verano y fue toda una experiencia.

En las Palmas no hay apenas quioscos así que lo tenía que poner todo en la calle. Lo ordenaba y preparaba todo. Tuvo suerte porque hizo prácticas y sustituyó a Antonio que conocía a todo el barrio y por ello conseguía vender mucho.

Su novia vino de visita y estaba tan nervioso por hacer bien su trabajo que no reconoció ni su voz. Era un trabajo de real y manejaba dinero. Era mucha responsabilidad.


Lo que más le gustó de trabajar vendiendo cupones es que tenía que hablar con desconocidos. Le quitó la timidez que le había perseguido durante mi adolescencia. Fue duro por la rutina, por tener que estar en la calle hiciera frío o calor. Le robaron 250 euros en cupones que tuvo que pagar de su bolsillo. Estaba atendiendo a dos señoras y alguien cogió el taco de cupones y se fue.

Capítulo 27: flechazo a primera vista. No gracias.

Tras los juegos de Atenas. Empezó a experimentar algunas novedades en su vida. Segundo de bachillerato fue un año insólito. Quedaba mucho con María, una amiga de su edad, ella era una alumna brillante que quería se médico. Su interés por las asignaturas  lo ayudó de cara a selectividad. 

Después de la presión de unos juegos un examen te importa muy poco. Sabes que puedes afrontarlo. La motivación de estar a la altura de María lo ayudó a aprobar el examen.

Gracias a María empezó a relacionarse con mucha más gente. Empezó a experimentar la vida real.

Los ciegos aprecian la belleza de otra forma, en otros detalles, en unas manos cuidadas, en el tipo de calzado que lleva, en como camina. Una mujer cuando se siente guapa camina segura de sí misma. Habla diferente y los ciegos lo perciben mucho más que el resto.

Capítulo 26: El Ironman: como la vida

Salieron del agua y los sonidos se hacían más intensos. Habían terminado la primera vuelta. No eran los primeros pero tampoco buscaban la victoria. Su prioridad era que no se le cansaran las piernas porque aún quedaban 12 o 13 h de competición.

Mientras corrían por la arena oían al público que los animaban casi no daba tiempo a pensar nada porque les tocaba volver al agua. Llegó un momento en el que su cerebro desconectó de la tensión de la competición. Estaba pensando todo tipo de cosas menos en la prueba. En esos momentos meditaba sobre el curioso paralelismo entre esa prueba y la vida. Los distintos modos de competir eran un buen reflejo de la vida diaria.


Si mantienes un ritmo constante siempre te podrás mantener por encima de la mayoría pero siempre tendrás a alguien que te aventaje. La humildad para dosificar tus fuerzas también es importante. 

Capítulo 25: Las mieles de la victoria

Su primer día al llegar al instituto después de la competición de Atenas fue muy especial. Mientras un compañero le entretenía Enhamed no paraba de preguntar que ocurría… hasta que lo llevó a un patio interior donde estaba todo el instituto reunido para aplaudirle.

De golpe tuvo que hablarles a todos. Un  verdadero choque respecto a sus primeros meses en el centro. Se hizo visible y vivió una situación muy curiosa. Todos los profesores se aseguraban de que ellos sabían que quedaría lejos. El nuevo director del instituto tomó la palabra. Él sí que lo había apoyado. Había escuchado sus dificultades para hacer los deberes, tras madrugar a las 5 am para después nadar toda la tarde.


En el discurso, miró a los profesores y dijo: “veis os lo dije. Enhamed nos enseña una sabia lección: no esperes reconocimiento de nadie mientras haces una tarea. El reconocimiento viene después.”

Capítulo 24: Llegó el gran día

Acompañado de su nueva sensación se enfrentó al 19 de septiembre. El momento de la verdad había llegado. Decir que estaba nervioso se quedaría corto. Llegaron a la piscina e hicieron el calentamiento. Nadaron durante 40 minutos para que los músculos entraran en calor. Tenía que encontrar el ritmo.

Una vez que sale del calentamiento te pones el bañador. Cada uno hace su ritual. Él se puso a escuchar música porque no quería pensar en nada. Los entrenadores los acompañaban por ser ciegos pero no podían hablar. Si lo hacían los descalificaban porque se consideraba ayuda.

Se dirigió a su calle y cuando dieron la salida hizo lo mejor que sabía: tirarse a tope. Mantuvo lo que creía que era un ritmo constante durante los 400 metros libres, pero en los últimos 50 metros su entrenador lo avisó de que otro nadador iba en paralelo. Para avisarlo tenía un código: en vez de un golpecito en la cabeza le daba dos. Lo hizo, y cuando toco la pared había ganado el bronce por una centésima. Fue una victoria.

La siguiente prueba eran los cien metros mariposa y por la mañana había hecho una mala marca pero esa mañana debía tirarse al agua para su victoria. A la prueba fue con la rabia del mal resultado y la fuerza de ese enfado, nado todo lo que pudo. Al terminar escuchó como su entrenador le decía que había quedado tercero.


Eran sus primeros juegos se había roto un dedo y a pesar de todo había conseguido dos bronces, además con una marca muy buena para él.

Capítulo 23: Mis primeros juegos olímpicos

Llegó el verano. Entrenaban todos los días del mes de julio y agosto. Fueron a una concentración en Sierra Nevada para entrenar en altura en concreto a 2600 metros. La tensión hasta la inminencia de la prueba se hacía notar.

La última concentración antes de los juegos fue en Madrid. Allí estaban, el 1 de septiembre, sentados en la furgoneta, charlando mientras volvían de la piscina. Los chicos se pusieron a hablar de lo que se había roto cada uno y en Enhamed les comentó que no se había fracturado nada.

Al llegar, Miguel los reto a una carrera hasta los ascensores. Salieron corriendo como locos, y él llegó antes. Apoyó la mano en la puerta giratoria con tan mala suerte que se la pilló. Se había roto el dedo anular de la mano derecha. Su entrenador se subía por las paredes. Se tuvo que escayolar con una férula y le pusieron palas para nadar.

El 10 de septiembre se puso de camino hacia sus primeros juegos olímpicos. Era un adolescente y la aventura que iba a vivir le fascinaba. La inquietud de sus primeros juegos. Los nervios por su participación y sobretodo una gran incertidumbre ya que no sabía que iba a ocurrir con su dedo. Nadie sabía si realmente iba a poder competir ya que una fractura así tardaría cerca de 6 semanas en curarse.

La llegada a Atenas se convirtió en una confusión de maletas, autobuses y trámites. En la villa les tocó esperar el reparto de acreditaciones y la asignación del edificio. Durante esa semana fueron a entrenar mañana y tarde. Vivían una gran presión. Su seleccionador estaba enfadado con él por la lesión.

Cada día se encontraba luchando contra sus nervios, su incertidumbre y sus ganas de seguir entrando con aquellas palas. Las llevaba en las manos para evitar problemas con el dedo y la férula pero eran una lata.

El viernes 17 de septiembre se prepararon para el desfile. Consistía en: ponerse la ropa designada para desfilar, prepararse y, tras dirigir al estadio esperar como unos adolescentes. Finalmente, pasearon, llegaron a sus asientos y comenzó la ceremonia.

Tras la gran ceremonia de inauguración llena de discursos por fin quedaban inaugurados los juegos. Aquello empezaba de verdad. Harto de esperar a que alguien tomase la decisión, la tomó el mismo. Sabía que necesitaba al menos dos entrenamientos para acostumbrarse a la sensación de que sus manos sintieran el agua. Se dirigió al centro médico con Belén, su físico. Allí intentaron explicar a los médicos que debían quitarle aquello. Tras una hora consiguieron que se la quitasen y le pusieron un vendaje en el dedo.


El sábado fue al entrenamiento y fue tan desastroso como se esperaba. Los médicos autorizaban una tablilla bajo el dedo afectado, y con eso tuvo que nadar. Por la tarde, probó en el agua con el nuevo vendaje y de pronto sintió que recuperaba las sensaciones. Incluso se sintió mucho mejor, más fuerte, más ágil. Intuyó que podría competir al máximo al día siguiente.

Capítulo 22: Dieciséis años y un duro entrenamiento

Mientras aprendía más sobre él mismo, y sus habilidades emocionales mejoraban, apareció un nuevo reto en el horizonte. Un día, en la piscina, Oliver Rivero le dijo que si quería ir a los Juegos Olímpicos de Atenas en el 2004; quedaba poco más de un año. Tenía dieciséis años y ganas de comerse el mundo. Además contaba con la confianza de Oliver, que lo animaba a mejorar y perseguir un sueño.

Al llegar a casa se lo dijo a su madre. Únicamente le preguntó si podía ir él solo a esas horas. Le dijo que sí y, tras confirmar que estaba seguro, le animó. No hubo grandes momentos como en las películas. Para su familia, las competiciones y los premios les han alegrado, pero tampoco les daban mucha importancia. Para ellos es solo Enhamed; ni más ni menos.                                                         

La misma persona que era antes de quedarse ciego. Si nada cambió para ellos cuando perdió la visión, no iba a ser diferente después de conseguir quince medallas de oro y varios récords olímpicos.

El 2004 fue uno de los años más duros de su vida. Se tenía que levantar a las 05.12 porque de lo contrario no cogía el bus para llegar al entrenamiento. Tenía que desayunar un yogur y un zumo, y salir a las 05:27, tras haberse lavado la cara. Después se tenía que ir a clase. En el instituto se dormía, pero a las 13:50 tenía que salir corriendo para llegar al siguiente entrenamiento. La gente se asustaba de lo veloz que iba con el bastón. Debía de ser alucinante verle.

Al regresar a casa tenía que hacer los deberes pero llegaba molido y no hacía nada. Por si fuera poco, después empezó a entrenar los sábados a las 8 de la mañana. La natación se convirtió en el centro de su vida.


Tanto esfuerzo le empezó a pasar factura: tenía fuertes dolores en el hombro y empezó a sufrir insomnio. El estrés y la presión se dejaban notar. Nada de aquello logró apartarle de su objetivo. Desde pequeño había aprendido la importancia del trabajo duro, gracias al empleo de su padre. En eso se podrían resumir sus dieciséis años. Su vida correr de un lado para otro y entrenar muy duro. 

Capítulo 21: El sonido de las miradas

Un día, al salir del entrenamiento tuvo ganas de darse un capricho. Se fue a una cafetería y se sentó a tomar un café con una napolitana de chocolate. Allí estaba, disfrutando de una merienda y aprovechando para cotillear las conversaciones ajenas. Se aprendía mucha psicología prestando atención a los coloquios ajenos.

Dejando a un lado los misterios de la personalidad femenina, se preguntaba cómo sería la cara de ‘póquer’. Le preguntó a su hermana al llegar a casa, y le explicó que es cuando intentas no transmitir ninguna emoción en tu rostro, para que no adivinen lo que piensas.

Le intrigaba el tema de las miradas. La información que aportan y lo que le perdía la no poder verlas. Se obsesionó al pensar que no tenía mirada, al igual que con frases del tipo: ‘La mirada es el espejo del alma’. Se puso a buscar en las novelas detalles que tuviesen que ver con la mirada. Ninguno le daba información suficiente. Entonces se dio cuenta de que los grandes novelistas eran muy descriptivos, saben expresar muy bien el lenguaje no verbal.


Durante tres años se dedicó a acumular todo lo que hallaba sobre miradas. Y llegó a la conclusión de que las cosas que explicaban, él las percibía a través de la voz.

Capítulo 20: Mis esfuerzos empiezan a dar frutos

El 2003 pintaba bien, parecía un chico más… Pero no lo era. Cuando acababan las clases y la natación, muchas veces se veía solo. A pesar de que lo apreciaban, sus amigos no se lo llevaban fuera cuando salían de fiesta o iban al cine. La natación seguía siendo lo que le daba un cierto sentido a su existencia. Se centró en eso; se aferró al deporte para no sufrir.

En el recorrido hacia la meta, los contratiempos siempre aparecen; en el suyo no iba a ser menos. Estaba entrenando para competir en Argentina… y estuvo a un paso de no poder hacerlo. En un entrenamiento rutinario, una chica que venía en dirección contraria se metió el doble dedo en el ojo.

Lo tuvieron que llevar al hospital, donde le dijeron que no podría nadar durante un tiempo. Se recuperó y tuvo que entrenar más duro, pero consiguió estar listo para Argentina. Cuando uno tropieza tiene que volver a levantarse; sacudirse la tierra y seguir caminando. Lamentarse no vale de nada.

Al año siguiente, sus esfuerzos en la piscina empezaron a dar sus frutos. En Canadá ganó dos platas y cuatro bronces. Nunca había competido en esa modalidad, y consiguió un récord para España, que no se lograba desde 1988. Mientras luchaba duro, en el instituto se encontró que lo habían suspendido todas las asignaturas.


Tuvo que echar mano de su autocontrol y asumir que, a veces, las cosas no son como uno quiere. Es mejor manejar la frustración. 

Capítulo 19: Las luces y las sombras del deporte profesional

Para poder ir al Internacional tenía que asistir a concentraciones, entrenar duro y pasar muchas pruebas físicas y psicológicas. Era novato. Cuando eres nuevo te toca cargar con todo. Esos años aprendió a debatir y a no perder el control. Estar en el equipo le enseñó muchísimo.

Lo que sí le chocó fueron los insultos por su origen. Él ya había explicado que había nacido y crecido en España, pero su cara y nombre de moro, no parecían convencerle. Ni a él, ni a nadie. En el equipo su apodo era ‘moro’, sus compañeros y los entrenadores lo animaban diciendo: ‘¡Vamos moro!’

Enhamed no se lo esperaba. En el instituto nunca había pasado, pero porque era ciego. Ser ciego eclipsaba todo lo demás. Decidió no enfadarse porque, si te picas, se meten más contigo. Si enfadaba, lo hacía con la puerta cerrada de su habitación. Pensaba que para llorar en su casa, ya tendría tiempo, ahí no debía hundirse.

Utilizó la creatividad como escudo contra los insultos. Con los años aprendería a ser todavía más creativo, a buscar soluciones inesperadas a las dificultades que apareciesen en el camino. No sólo los pintores y compositores son creativos; todos lo somos. Y todos podemos ser los artistas de nuestra vida.

Los primeros años de entrenamiento y competición lo pasó bastante mal. El deporte profesional es tremendamente competitivo. Además, muchas veces se encontraba con que, quien sabía que no podía ganar, no quería que el ganara. Esa es la satisfacción del mediocre. Cuando realmente quieres el oro, te centras en las actividades que te pueden llevar a conseguirlo… Eso es lo que él hizo. No perder el tiempo metiéndose con nadie.


Con esa idea en mente, intentó no derrochar fuerzas metiéndose con nadie durante sus entrenamientos.

Capítulo 18: El rival interior

En el 2001 le costó encontrar una verdadera motivación para nadar. Realmente, se planteó abandonar. Iba en el autobús con un monitor y le dijo que estaba pensando en dejarlo. Como el que no quiere la cosa, se preguntó: ‘¿Y qué vas a hacer todas las tardes?’ Cuando le respondió que no tenía ni idea, argumentó: ‘yo que tú, vendría’.

A pesar del consejo, casi no apareció por la piscina en Navidades. Cuando volvió y el entrenador le preguntó por lo que le había pasado, le puso una excusa tonta a lo que alegó que podía haberse inventado otra excusa mejor. Le prometió no faltar más. Cumplió su palabra y no le volvió a fallar. No faltó ni un día hasta que llegaron los Juegos Olímpicos; desde enero de 2002 hasta septiembre de 2004.

Pero antes de ese gran momento, quedaban muchas, muchísimas horas de entrenamiento. Tendría que aprender a creer en sí mismo, a ser disciplinado y auto motivarse. Durante esos años cada mañana se levantaría y alguien estaría compitiendo con él.

Un día en el 2002 tras más de un año de entrenamiento, Encho, le dijo que si entraba más cabía la posibilidad de que pudiera ir a una competición internacional. Eso sí, tendría que ir todas las tardes. Aunque todavía no tenía el nivel suficiente para entrenar con el primer equipo a las seis de la mañana.

Por lo general, uno no se levanta un buen día y decide que va a ser un campeón olímpico de natación. Las cosas suceden de forma gradual, sin que apenas seas consciente de ellas. Son pequeñas pasos los que, sucesivamente, te llevan ahí. Al entrenar, tus marcas mejoran; cada vez le exigían más pero cada vez podía dar más… y al mismo tiempo se le seguía pidiendo.


La medalla le importaba poco. A todo el mundo le gusta, pero no era su prioridad aunque poco tiempo después también eso cambiaría. En esa época las medallas ni si quiera tenían dotación económica. Entrenaban y nadaban por amor al deporte. 

Capítulo 17: Al ritmo de Andreu

La sal del mar se colaba entre sus labios, pero siguió nadando. No le costaba mucho esfuerzo deslizarse entre las olas. Cuando metía la cabeza en el agua estaba solo, en silencio. En el agua iban al ritmo de Andreu; él tenía que dirigir. Le tocaba buscar huecos donde entraran los donde entraran los dos. Iban unidos a través de una cuerda de goma y tenía que seguirlo, confiar en él.

Andreu decidió nadar hacia las cuerdas. Bracearon hacia aquella dirección y una mano tiró de la goma hasta el punto de casi arrancarla de pierda. Gracias a un impulso medio inconsciente, tensó los dedos de los pies. Justo a tiempo de no dejarle escapar. Si se hubiera soltado habrían perdido un montón de tiempo hasta volverse a atar.


Durante la prueba iba pensando en la gente que le estaba viendo, los motivos por los que habían ido y la motivación que les habría llevado hasta el Ironman.

Capítulo 16: ¡Cuidado, un ciego!

Aprendió a aceptar y a adaptarse, desde muy pequeño. Es lo que pasa cuando no te queda otra opción. Los obstáculos por ser ciego empezaron a aparecer muy pronto. Antes de empezar las clases se encontró con el rechazo de parte de los profesores. Nunca habían tenido un invidente en el aula y tenían dudas respecto a si él podría seguir las clases.

El primer día llegó sorteando, con el bastón, a cientos de alumnos. Chavales que se apartaban a su paso al grito de: ‘¡Cuidado, un ciego!’. Como quien ve a un fantasma.  Era el primer ciego de su edad con el que se encontraban. 

Una vez sentado, sacó la máquina para tomar apuntes y esperó a que aparecieran los demás. Sus compañeros alucinaban al ver a un ciego en clase y hacían alguna broma al respecto. Él no sabía muy bien qué hacer y cómo sentirse. El profesor también estaba desconcertado con su presencia. Entonces llegó el director y les explicó que tenían un nuevo compañero que era ciego y toda la historia.

Empezó la clase de matemáticas y les mandaron hacer porcentajes y fracciones. De pronto, el profesor le preguntó que qué hacía, a lo que le respondió que los ejercicios que les había mandado. Se preguntó por el resultado y, cuando contestó, supo que era correcta porque el compañero de al lado dijo: ‘¡Yo no le he dicho nada!’. Para convencerse, al rato, le hizo una nueva pregunta; también le dio el resultado correcto.

Las clases continuaron con normalidad hasta que llegó la hora del recreo. Todo el mundo salió en estampida y él se quedó pensando: ‘¿Y ahora qué hago?’. Decidió comer algo, así que bajó a la cafetería a comprarse un bocata. Si eres vergonzoso no te atreves a levantarte y participar en una conversación o, simplemente, presentarte. Así que le quedaba esperando a que alguien le prestase atención.

Con el tiempo aprendió a decir: ‘Pues no te pases que me voy contigo’. O cosas parecidas, en plan simpático, con el fin de integrarse. Pero eso sería más tarde, cuando desarrolló sus habilidades sociales. Muchos remedios aparecen cuando aplicamos un poco de humor a las cosas.

Los días pasaban lentamente. Las clases  le resultaron fáciles; a veces se dormía…pero no se notaba mucho. Entre apuntes, recreos solitarios y meriendas en la cafetería, pasaron dos meses. Poco a poco, se fue integrando. Suavizó su acento y lo pasó a canario, eso también ayudó.


En noviembre encontró el punto de unión con un compañero de clase: el deporte. Julián se enteró de que él hacia natación y eso le produjo interés. Él jugaba al básquet, estuvieron charlando un buen rato sobre los respectivos deportes, hasta que llegó la hora del recreo. En ese momento le dijo: ‘Venga, vente con nosotros’. Aquella frase sonó a música celestial en su cabeza.

Capítulo 15: El medio Ironman de Sevilla y Gran Ironman de Lanzarote

Antes de hacer el Ironman, se preparó el Medio Ironman de Sevilla. Fue como la prueba de fuego para saber si iban bien preparados. Tras muchas peripecias llegaron a meta con un tiempo de 4.00.40 y, mientras levantaba los brazos, pudo sentir la alegría de todas esas personas que no se conocían en absoluto…pero se consideraban partícipes de que él hubiese llegado hasta el final.

En Sevilla experimentó otra forma de competir que no había vivido en el deporte olímpico. Las personas que participaban, se animaban unas a otras. Lo mejor fue la celebración, porque allí no se aclama a quien ha ganado, sino el hecho de haber terminado.

Después, siguieron entrenando duro para el Ironman de Lanzarote; él se sentía muy fuerte. La natación fue fácil y, para el resto de las pruebas constató que Andreu le había hecho un entrenamiento muy bueno. Así, con pequeños ajustes técnicos y muchas horas de esfuerzo, llegó el gran día. Con la sensación en el cuerpo de estar ante un momento muy importante, pusieron rumbo a boxes.

En ese momento, repentinamente, se encontró solo. La arena se deshacía bajo sus pies, un ligero viento se movía entre ellos, pero, por un instante, sólo estaba él con su cuerpo y con todo un futuro en blanco ante él. Es una sensación maravillosa, en la que tienes la certeza de que todo es posible.

Tras sumar cientos de horas de entrenamiento, dolores físicos y, sobre todo, mucho estrés para compaginarlo todo, finalmente llegó el día de la prueba. Un reto más en su azarosa vida. Ese era el gran reto: ser capaz de llevarse al límite. Probar su fuerza de voluntad cuando el cuerpo dice ‘basta’. 

Completar una de las pruebas deportivas más duras del mundo, siendo ciego.
Se habían preparado para ello y estaban a punto de comenzar. Participar en la prueba de natación del Ironman es lo contrario a deslizarse por la calle de una piscina olímpica. Los nadadores se transformaban en una marabunta donde todo el mundo golpea a todo el mundo. En el deporte olímpico, si tu rival te toca, está descalificado. Nada más meterse en el agua ya tenía a tres tipos encima de su espalda. Más de dos mil personas se intentaban abrir paso en las aguas de Lanzarote. 

Tenía que ir con cuidado para no salir magullado. Tenía que ir con cuidado para no salir magullado. Tener paciencia, en esos momentos, es muy importante para que no saliese agotado en la primera prueba. No le quedaba más remedio el hecho de que iba a recibir golpes, tener que asumirlo y procurar seguir con su objetivo.

Capítulo 14: Encontrando el equilibrio

Durante los días siguientes, hicieron más y más kilómetros en bici. También corrieron y corrieron por Lanzarote. Un viernes no tenía ninguna gana de salir. Hacía viento y parecía que iba a llover, pero Ana y Andreu insistieron. Llevaban seis kilómetros de carrera cuando empezó a llover. Recuerda que notaba cómo la arena le arañaba la cara y las piernas. Todo se había puesto realmente difícil y su estado de ánimo empezaba a fallar.

Si estás demasiado confiado, tienes que entrenar el estado de ánimo de la incertidumbre. Pero si lo que sientes es incertidumbre, debes practicar el estado de ánimo de la certeza. Si estás demasiado enfadado, tienes que perseguir la calma. Y si te ves muy calmado, encuentra una chispa de rabia que te espabile.

Aquel viernes se sintió a punto de desfallecer. Se arrepentía del momento en el que decidió apuntarse al Ironman. De pronto, en su cabeza sonó una canción de los Rollings. La música le inspiró e hizo los mejores seis kilómetros de su vida. Consiguió correr a una velocidad que ni habría imaginado el día anterior, y lo hice casi sin darme cuenta.


Hay que saber provocar ese estado de ánimo, sin olvidar que el equilibrio no es un botón que se enciende y se apaga, sino un proceso cambiante y en movimiento, por lo que provocar ese estado lo imposibilita.

Capítulo 13: Los pilares del éxito: trabajo y disciplina

Ser ciego significaba tener que pedir ayuda de vez en cuando. Es algo que todo ser humano vive, bien sea por enfermedad, por situaciones coyunturales, o al llegar a la vejez. Por eso hay que saber ayudar y pedir ayuda con naturalidad. Esa es otra de las grandes lecciones que le ha enseñado la ceguera.

Y en su entrenamiento para el Ironman fueron muy duros; más de lo que pensaba. Pero nunca rindió y esa era la clave del éxito. La motivación es como la Coca-Cola: cuando abres la botella tiene mucha fuerza, pero si la dejas tres días en la nevera, pierde todo su gas. La gente se dispara el 1 de enero y, quince días después, no hay nadie en el gimnasio.


Muchos le preguntan en sus conferencias si el talento y la motivación están sobreestimadas. Y él responde que lo verdaderamente importante es el compromiso y la disciplina. Uno se compromete a concluir algo y tiene que hacerlo… Hacerlo, pase lo que pase, cansado, enfermo, con falta de sueño… sea como sea: lo haces.

Capítulo 12: Crisis que te abren los ojos

A pesar de su adolescencia, y de las lecciones que le tocó aprender cada día aunque no quisiera, su gran crisis no llegó hasta 2007. Un mes antes del mundial lo dejó la novia que tenía. Al mes, se fue al mundial y, cuando volvió, mermó toda su euforia. No solo fue consciente de que las marcas habían sido muy malas. Tomó consciencia de que su universo afectivo se había desmoronado.

Se tomó mucho tiempo para recuperarse de aquel golpe; necesitaba encontrar quién era él. Curiosamente, la pregunta que le hizo un niño tras volver de los Juegos Olímpicos le señaló el camino. Durante una charla, una vocecilla inocente le preguntó algo extremadamente doloroso: ‘¿Renunciarías a las medallas por volver a ver?’

Y cayó en la cuenta de que si no hubiera quedado ciego no hubiera podido vivir todas las cosas que había vivido. Fue consciente de que la ceguera lo había obligado a salir de su casa. Entonces, comprendió que la ceguera había sido un regalo en tanto que lo había ayudado a moverse, trasladarse a Madrid y tener la oportunidad de conocer a un montón de gente.

Dejó de ver la ceguera como un obstáculo, como lo peor que le había pasado en la vida. Era cierto que muchas veces te limitaba, porque había cosas que él no podía hacer solo. Pero si eres consciente de ello y lo vives con naturalidad, pides ayuda tranquilamente.

Si fuera posible que renunciase a las medallas y a los récords del mundo, sin renunciar a la experiencia, sí lo haría. Pero no es posible, porque los récords y las medallas siempre van unidos a esa experiencia.

Esa diferencia por la que tanto lloró en su adolescencia y que no quería terminar de aceptar, a los 21 años se convirtió en uno de los pilares fundamentales de su vida. Recuperar la vista, ahora, le costaría porque sería cambiar parte de su identidad, de su forma de ver el mundo. Cuando se quedó ciego, las neuronas que se utilizaban para la vista, las emplean para sí mismos en el resto de los sentidos. Se produce lo que se entiende por sinestesia

Capítulo 11: De vuelta a la carretera

Los meses de entrenamiento para el Ironman pasaban a la velocidad de la luz. No solo se enfrentó a una lesión, sino que también tuvo problemas logísticos. Llamaron cuatro días antes de la salida hacia la concentración y les dijeron que faltaba una pieza. Un amigo de Andreu compró el componente que faltaba, en Londres, y lo mandó por correo.

En Lanzarote se alojarían en las instalaciones de El Club de La Santa. Era un sitio reamente curioso, mitad hotel y mitad centro de entrenamiento, al que acudían deportistas de todo el mundo para pasar unos días con la familia mientras continuaban con las sesiones de la preparación. Allí contarían con piscina, gimnasio, buena comida y un amplio parking libre de coches para poder empezar a probar el tándem.

Ninguno de los dos había montado en tándem, jamás, y no habían podido practicar juntos, ni una sola vez. El tándem suponía un desafío para ambos. Confiaba plenamente en la capacidad de Andreu para pilotar esa enorme bicicleta ya que él tenía mucha experiencia como ciclista. Siendo dos en la bicicleta, les tocaría pedalear con todas las fuerzas para subir cualquier cuesta. Pero al bajar o llanear… eso era lo más cercano a volar, que se puede experimentar.

El 25 de Marzo, un día que nunca olvidará Enhamed, se prepararon para la prueba de fuego. ¿Serían capaces de entrenar con el tándem? Subieron y bajaron por el recorrido trazado, con facilidad. En estos entrenamientos, como en muchos otros los acompañaba Ana López; una deportista de corazón. 

Aprendió mucho, gracias a ella… y a otros como a ella. Pudo ver la cara del deporte más humana y verdaderamente integradora.

Enhamed tuvo la suerte de encontrarse con gente como Ana que, después de trabajar todo el día, sacaba tiempo para ir a entrenar y era feliz. Y lo hacía por el mero hecho de disfrutar. Los entrenadores olímpicos darían lo que fuera por tener gente tan motivada como ella. Fue uno de los grandes descubrimientos que haría durante su preparación para el Triatlón de Lanzarote. Los entrenadores olímpicos darían lo que fuera por tener a gente tan motivada como ella.

Nuestro protagonista había estado escuchando noticias sobre una nueva retina artificial que se estaba probando en Israel. No tenía buena definición, pero permitía ver en blanco y negro. Realmente se replanteó operarse, incluso llegó a sentir cómo podría ser si pudiera lograrlo.

Entonces, ante la idea de operarse y ponerse una retina artificial se dijo: ‘ni lo pienses, porque el precio que pagaría es muy alto’. Recibiría pequeños chutes de miedo que acabarían transformando su personalidad. Sin embargo, si le hubiesen ofrecido eso mismo en su época del instituto lo hubiese aceptado, sin dudar. Tuvo una adolescencia complicada. Porque a esa edad quería ser igual que los demás y él era diferente.

De un internado donde todos eran ciegos, llegó a un instituto donde había mil estudiantes, pero él era el único alumno ciego. La adaptación fue dura. Fueron años difíciles en los que se dio cuenta de que era diferente. Muchas veces sus amigos no lo avisaban si iban a jugar al baloncesto o al cine. Lo mismo le ocurría con muchas actividades cotidianas para cualquier otro adolescente. Le decían: ‘¿para qué? ¿Para qué estés ahí sentado?’


Se refugió en la natación. Por suerte, cada vez entrenaban más, pasaron de dos a cuatro horas. Pero empezó a auto lamentarse. Se dedicó a buscar fuera cosas que ya tenía dentro…

Capítulo 10: Fe ciega

Enhamed cree que, tanto los entrenamientos en natación como lo que le enseñó Mayca cuando se entrenó como ciego durante unos meses, le han servido para no tener miedo a encarar retos.

Ahora vive en EE.UU y cuando tomó la decisión no sabía nada de inglés. Por eso, decidió irse unos meses a Boston a aprender, y que fuera lo que Dios quisiera. Se trajo de allí una especie de walkie talkies, discretos. Con ellos, se lanzaba solo a aprender cosas, aunque bajo su supervisión. Muchas veces, a través de ellos, se decía qué hacer.


Porque a veces, Enhamed sentía que molestaba si, en lugar de pedir un bollo que lleve crema, le pide al dependiente que le describa lo que hay. Mayca le repetía: ‘no estás molestando, tienes que preguntar, porque no ves y para eso están. Es su tienda; que lo hagan’.

Capítulo 9: Al utilizar la vista como sentido principal se pierden un montón de estímulos que el cerebro filtra.

Los ciegos utilizan todos los sentidos, en cada momento. Esos estímulos: olfativos, táctiles, sonoros… les llegan a todo el mundo pero el cerebro los minimiza en beneficio de la vista.
Intenta explicarnos que ser ciego no es como ellos piensan. El ciego pierde estímulos importantes, se encuentra con muchas dificultades y se siente perdido… Pero no queda otra opción que la adaptación y, tras mucho esfuerzo, descubrir que se gana un montón de cosas que antes no podías ni imaginar.

En casa nunca lo sobreprotegieron por lo que, al enfrentarse a las dificultades, tenía mucha confianza ganada. Poco a poco fue siendo independiente. Ciego o no, debía valerse por sí mismo.
Como sus padres no le transmitieron que aquello fuera una fatalidad, él seguía haciendo su vida como si no se hubiese quedado ciego. Corría y se chocaba con los arboles; cogía la bici…

Sus padres decidieron mandarlo a un internado de la ONCE. Les preocupaba que tuviera los mismos problemas que su hermano. El colegio seria su hogar durante varios años, y en la despedida no hubo lágrimas. Lo único dicho fue: ‘estudia y trabaja mucho’. Cuando llegó al internado todos los niños sabían nadar, menos él ya que nunca se había atrevido meterse en la playa. Le daba miedo.

Poco a poco aprendería y en poco tiempo, ir a la piscina se convertiría en su momento favorito. Allí encontró a ramón, que no solo fue su monitor sino su maestro, su hermano mayor. Gracias a él llego a ser quien es.

Le obligaba a repetir un ejercicio, una y otra vez, hasta que lo hacía perfecto. Fue su maestro, su hermano mayor. Gracias a él llegó a ser el nadador que ha sido, porque le enseñó la técnica perfectamente. Lo obligaba a repetir un ejercicio, una y otra vez, hasta que lo hacía perfecto. Le dejaba los mejores libros de este deporte. Algunos estaban descatalogados, él los escaneaba y los iba leyendo en braille. No solo le enseñó a nadar, también le transmitió valores.

Le costó adaptarse al colegio, y muchas veces, tanto en clase como en el patio, se abstraía. Desarrolló un mundo imaginario muy rico, hacia el que se evadía en tanto que era más fácil que enfrentarse a los problemas de ser ciego. Como en tu imaginación no tienes limitaciones, puedes conducir un coche si quieres.

Un día, al terminar de comer con sus padres, se dio cuenta de que no se había enterado de nada y de 
que estaba haciendo lo mismo que su hermano. Se quedaba abstraído en su imaginación; se evadía de la realidad. Entonces se obligó a no imaginar. Eso fue lo que determinó que no entrase en ese estado de huida, y que se centrase en la natación… porque vio que era lo único que lo podía salvar.


Aquellas Navidades empezó a flojear, y un día no fue. El entrenador le dijo: ‘Tu verás, pero como sigas así no vas a llegar a nada en la vida’. Fue cuando le respondió que no faltaría más. No volvió a faltar ni un solo día desde el 3 de enero de 2002 hasta las primeras Paralimpíadas de Atenas. Pasase lo que pasare, Enhamed tenía que ir. 

Capítulo 8: Rojo. Solo veo rojo, rojo…

Debe agradecer a su padre que no le transmitieran ninguno de sus problemas, dudas o inquietudes. Sabe más de sobra como vivieron su pérdida de visión por lo que ha preguntado en este último año a su hermana mayor o incluso a su madre.

Hoy sabe que lo pasaron francamente mal, no entendían por qué les pasaba eso a ellos. Después de su hermano, otro hijo se les quedaba ciego. Sin embargo, lo que él percibía cuando estaba con ellos es que todo estaba bien.

Su madre viéndolo sufrir tanto por el dolor que le provocaba el glaucoma, empezó a desear que se quedara ciego. Si tenía que suceder, que ocurriera de una vez. Por ello, rezaba. Fueron pasando los meses y él iba perdiendo visión. Unos días tenia fuerte dolores y otros no pasaba nada.

Un día, después de ver los dibujos, estaba jugando a hacer guerras y batallas. Los médicos le habían dicho a su madre que estaba terminantemente prohibido hacer movimientos bruscos. Su madre le regaño y fue a tumbarse donde estaba su hermano Deh. Se recostó a su lado y cuando levantó la cabeza a los pocos segundos ya no veía nada.

No veía nada, pero no aviso a su madre porque era algo que pasaba muchas veces. A la mañana siguiente cuando se levantó solo veía una neblina roja. Solo veía rojo.
Lo llevaron al médico pero no se podía hacer nada. Sus padres lo llevaron a Barcelona para someterlo a una operación que eliminara la hemorragia interna. Pasó un par de años en los que podía percibir luz.

A él lo que más le importaba era que ya no sentía ese dolor. Hasta aquel momento, le dolían las cosas más sutiles: que una persona pasara fumando, si le daba la luz más o menos directamente. Por eso, en aquel momento sintió una especie de alivio.


No lo vivió como un drama y no se sintió desesperado. Aprendería a no utilizar el sentido de la vista y a comenzar a empezar a sentir otros estímulos. 

Capítulo 7: Del Sahara a Canarias. La imagen de un cabello castaño.

Fue un niño muy observador. Su padre con su ejemplo le transmitió la importancia del trabajo duro. Decía que no se podía conseguir nada en esta vida sin esfuerzo y que, si das tus palabras, tienes que cumplirla.

Fueron esos valores los que lo sostuvieron en las pruebas a las que tendría que enfrentarse a lo largo del camino. Con ellos, haría frente a los grandes retos deportivos, y al reto de vivir su vida auténticamente. Plena.

Su enfermedad marco la vida de su familia. Cuando sus padres lo quisieron escolarizar se encontraron con el mismo problema que habían vivido con su hermano Deh. No aceptaban en la escuela a personas con deficiencia visual. Lamentablemente, Deh estaba mostrando los primeros síntomas de esquizofrenia quizá surgidos por el aislamiento al que se había visto sometido.

Él había nacido en Canarias porque sus padres se mudaron en los años setenta. El traslado fue toda una aventura. No solo para él, que únicamente hablaba árabe y nada de español, también para los demás niños. Ante la falta de entendimiento, la profesora se afanó en dibujar vocales en la pizarra. Le explicaba qué eran y lo que tenía que hacer con ellas, mientras su padre traducía.

Fue aprendiendo castellano, poco a poco. El primer año en España veía perfectamente, pero el segundo empezó a tener grandes dolores. Faltaba a clase durante semanas por el sufrimiento que provoca el glaucoma en el ojo.

Mientras su profesora hablaba, él se quedaba mirando el cabello de una niña. Un día le regaño y le dijo que por qué no miraba a la pizarra en vez de a su compañera. Le respondió: ‘porque no la veo’. Y era cierto. La pizarra la veía, pero no distinguía lo que había en ella.

Mari Carmen llamo a la ONCE y le colocaron un atril especial para que pudiera leer los libros. Eran unas especies de fotocopias con unas letras enormes. Horribles pues no tenían fotos ni las grafías bonitas de los libros de texto normales. Ir aprendiendo en esos libros que tanto le aburrían fue como el calentamiento en su entrenamiento para ser ciego ‘profesional’.


Sus amigos notaban que iba perdiendo la vista. Dejaba de correr con ellos en el patio. Si la luz del sol le dañaba la retina se tenía que ir al aula. Seguían siendo sus amigos con los que podía discutir o pelearse. 

Capítulo 6: Construcciones de madera

Él era el solitario de la casa porque sus juegos estaban basados en la imaginación y en hacer cosas con maderitas; sus demás hermanos no eran tan imaginativos. La comida en casa era muy rutinaria: pan con aceite, estofado de carne o pescado frito. Pero, hubiese lo que hubiera, él no comía mucho.

Con el que más jugaba era con su hermano pequeño. Cogían cilindros de propagando, los enrollaban y fingían que eran espadas con las que peleaban. Escenificaban lo que veían en la tele. Sus otros hermanos jugaban bastante a las cartas, que a él no le interesaban pues no llegaba a verlas bien. Ya debía de estar perdiendo vista aunque no se dieran cuenta.

Le encantaba crear construcciones con maderitas que encontraba. Cuidaba mucho de sus juguetes. Aunque el resto de sus hermanos se los destrozaban. Todo esto forma parte de la vida dentro de una familia numerosa y son esas pequeñas cosas las que le permitían crecer sin estar sobreprotegido.


Siempre creció un poco aislado del mundo. Tenía inquietudes que no sabía lo que eran y para las que nadie en su entorno encontraba una respuesta.

Capítulo 5: El Corán, con un solo ojo

A los ocho años ganó la ceguera, como a él le gusta decir. No fue una sorpresa. Su hermano Deh había tenido glaucoma y ya se había quedado ciego antes de que a él le pasase. Con un año empezó a manifestar los mismos síntomas que su hermano mayor: él también tenía glaucoma. Medio año más tarde perdió la vista del ojo izquierdo.

La ceguera marcó su infancia, pero él lo vivió con mucha naturalidad. Ser ciego afecta a cómo percibes el mundo, pero también a cómo los demás te perciben a ti. Los niños empezaron a rechazarlo, a llamarlo tuerto y otras cosas parecidas. Le encantaba el futbol, pero siempre acababa de portero y no conseguía parar el balón ya que no veía la profundidad del campo.

Acabó jugando solo, recolocando maderas, y todo aquello con lo que pudiera construir casa de pájaros o cosas así.

Se pasaba todo el tiempo con una muchacha que trabajaba interna en su casa. Hasta los cuatro años, prácticamente se crio con ella. Por eso, cuando vino su padre a llevársela, sintió que le arrancaban a su madre. Con el tiempo entendió que la gente pasa por tu vida, te aporta lo que te tiene que aportar, y se marcha.

Tras su marcha lo apuntaron a unas clases para aprender el Corán. Las clases no eran en una mezquita, sino en un cuarto alquilado, se llama Yemen. Sus padres lo mandaron allí porque era una especie de guardería donde aprendía el Corán.
I
ban por la mañana después de desayunar. Después del rezo del medio día regresaban a casa,   comían, estaban un rato y, a las tres, tenían que volver para quedarse hasta las cinco y medio o seis. Les daban tablas de madera con versículos escritos en tinta, que tenían que memorizar.


En Marruecos, sus padres le intentaron escolarizar en un centro. Pero al no estar sentado en primera fija no llegaba a ver la pizarra. Lo habían mandado allí sin explicar que él no veía bien porque de lo contrario le habrían puesto problemas para aceptarlo. Lo volvieron a enviar al Yemen hasta que se mudaron a España.