De repente, Salvador y nuestro protagonista llegaron a un sitio muy oscuro donde parecía que el planeta estaba totalmente perdido. Habían llegado deslizándose a gatas.
En algún momento, Salvador divisó una grieta en la oscuridad de uno de los muros y escalaron por ahí,dejando el río atrás. Hacia el mediodía empezó a anochecer. Con un sol abrasador sobre la cabeza y nada más que rocas desnudas alrededor. Finalmente, Salvador decidió detenerse y él se dejó caer sobre una roca para descansar.
Echó otro vistazao para comprobar que no estaba dejando pasar alguna otra vivienda camuflada, pero no había rastro de otro ser humano en ningún lugar. Los tarahumaras prefieren vivir así de aislados, incluso uno de otro, tanto que incluso la distancia suficiente entre sus casas para no ver el humo de la cocina del otro.
Salvador parecía que iba a golpear la cabeza contra la pared. Se había emocionado demasiado y había violado una regla clave de las normas sociales tarahumara. Antes de acercarte a una cueva tarahumara, debes sentarte en el suelo a unas docenas de metros de distancia y esperar. Y él al acabar de ver uno le había ofrecido la mano. Se escondió y nunca sabrían si regresaría o no.
A los tarahumaras les gusta que se les vea solo si ellos lo han decidido. Posar la vista sobre ellos sin invitación es como irrumpir en el cuarto de baño de alguien y encontrarlo desnudo.
Por suerte, Arnulfo resultó ser un tipo comprensivo. Volvió un rato después, portando una canasta de limas dulces. Habían llegado en mal momento, les explicó.
Durante tres años, Arnulfo había corrido durante días hasta Guachochi para participar en una carrera de sesenta millas a través de las barrancas. Es una competición anual abierta a todos los tarahumaras de las sierras, así como a los pocos mexicanos dispuestos a medir sus piernas y suerte contras los miembros de la tribu. Durante tres años seguidos, había ganado.
Tanto Santiago como nuestro protagonista no paraban de hacer preguntas que eran descortés para los tarahuumaras. Para ellos, las preguntas era una demostración de fuerza. No iban a abrirse para compartir sus secretos con cualquier forastero. La última vez que los tarahumaras se habían abierto al mundo, este había actuado encadenándolos, decapitándolos.
A partir de ahí, las relaciones entre los tarahumaras y el resto del planeta solo empeoró. No es de extrañar que esta desconfianza haya durado 400 años y los haya conducido a ese lugar tan escondido donde ahora habitaban-
No hay comentarios:
Publicar un comentario