Todo comenzó con una pregunta sencilla que nadie podía responder.
Era un acertijo de seis palabras que lo llevó hasta la fotografía de un hombre
veloz que vestía una falda muy corta, y a partir de ahí el asunto se volvió más
raro.
Al final, obtendría su respuesta, pero solo después de
encontrarse en medio de la mayor competición de carreras pedestres, un
enfrentamiento clandestino en el que competían los mejores corredores del
mundo, una carrera de cincuenta millas por caminos ocultos hasta entonces solo
transitados por los tarahumaras. Le sorprendió descubrir que este viejo
proverbio chino: “el buen caminante no deja huellas”, no era solo un consejo.
Todo empezó porque en 2001 le preguntó a su médico:
-
¿Por qué me duele el pie?
Nuestro personaje había ido a ver uno de los mejores
especialistas en medicina deportiva del país ya que un picahielos invisible le
estaba atravesando la planta del pie. Cuando logró controlarse, echó un vistazo
para ver cuánto estaba sangrando. Me había atravesado el pie una roca afilada, pensó.
Pero no había ni una gota de sangre ni agujero en la suela del zapato.
-
Su problema es que corre. Le confirmo el doctor.
Él debía saberlo. Este especialista no solo había ayudado a
crear la medicina deportiva, sino que era el coautor de uno de los más
completos análisis de todas las posibles lesiones relacionadas con el hecho de
correr. Se había lesionado el cuboides, un grupo de huesos paralelo al arco del
pie cuya existencia ignoraba hasta entonces.
Dado que el protagonista mide un metro ochenta y pesa unos
cien kilos, le han dicho muchas veces que la naturaleza pretende que los tipos
de su tamaño se colocaran debajo de una canasta de baloncesto o parasen las
balas dirigidas al presidente de su país. En los cinco años desde que dejó de
jugar al baloncesto para intentar convertirse en un maratonista se había
desgarrado los ligamentos, estirado el tendón de Aquiles, torcido los tobillos,
sufrido dolores en la planta del pie etc. Ha descendido por aguas rápidas, ha
conducido una bicicleta de montaña a través de Dacota del Norte, ha sido
corresponsal de tres guerras y además ha pasado unos meses en las regiones más
conflictivas de África y todo sin el menor rasguño. Pero, sin embargo, resulta
que corre unas pocas millas y, de pronto, se está revolcando en el suelo de
dolor.
Correr parece ser la versión atlética de conducir en estado
de ebriedad: puedes salir ileso durante un tiempo quizás incluso te diviertas,
pero el desastre está esperándote a la vuelta de la esquina. De la misma manera
que un martilleo en una roca impenetrable con el tiempo la convertirá en polvo
la carga del impacto relacionado con correr puede dañar tus huesos, cartílagos,
ligamentos etc.
Finalmente, el médico le pronostica que necesitaría unas
plantillas ortopédicas para introducirlas en unas plantillas de control de
movimientos. Digamos que el coste total sería de unos tres cientos dólares.
Sin embargo, no se fiaba y un médico amigo le recomendó un
podólogo que era demás maratonista así que solicitó cita para la próxima
semana.Este nuevo médico le pronosticó cerca de lo mismo. Así que
empezó a buscar otro médico.
Hay algo tan universal en la sensación de correr.
La forma en que correr reúne dos de nuestros instintos más primarios. El miedo
y el placer. No podía dejar de hacerlo. Corremos cuando estamos asustados,
extasiados, cuando huimos de nuestros problemas y correteamos en busca de
diversión. Y cuando las cosas empeoran, corremos aún más.
Lo que nuestro protagonista buscaba era ponerse en marcha
sin romperse en pedazos. No adoraba correr, pero quería hacerlo.
De nuevo, había vuelto al lugar donde había empezado.
Después de meses de ver especialistas y buscar estudios médicos en la Web, todo
lo que había conseguido era ver cómo sus preguntas le eran devueltas.
Se preguntaba una y otra vez el por qué todos los demás
mamíferos están capacitados para depender de sus piernas excepto nosotros y el cómo
es que algunas personas pueden correr como un león mientras que el resto
necesitan un ibuprofeno antes de poner un pie sobre el suelo. Eran preguntas
muy buenas. Pero aún no había descubierto que los únicos que conocían las respuestas
no estaban hablando. Especialmente con alguien como él.
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