martes, 1 de marzo de 2016

Capítulo 2: Nacidos para correr

Todo comenzó con una pregunta sencilla que nadie podía responder. Era un acertijo de seis palabras que lo llevó hasta la fotografía de un hombre veloz que vestía una falda muy corta, y a partir de ahí el asunto se volvió más raro.

Al final, obtendría su respuesta, pero solo después de encontrarse en medio de la mayor competición de carreras pedestres, un enfrentamiento clandestino en el que competían los mejores corredores del mundo, una carrera de cincuenta millas por caminos ocultos hasta entonces solo transitados por los tarahumaras. Le sorprendió descubrir que este viejo proverbio chino: “el buen caminante no deja huellas”, no era solo un consejo.

Todo empezó porque en 2001 le preguntó a su médico:
-          ¿Por qué me duele el pie?

Nuestro personaje había ido a ver uno de los mejores especialistas en medicina deportiva del país ya que un picahielos invisible le estaba atravesando la planta del pie. Cuando logró controlarse, echó un vistazo para ver cuánto estaba sangrando. Me había atravesado el pie una roca afilada, pensó. Pero no había ni una gota de sangre ni agujero en la suela del zapato.
-          Su problema es que corre. Le confirmo el doctor.

Él debía saberlo. Este especialista no solo había ayudado a crear la medicina deportiva, sino que era el coautor de uno de los más completos análisis de todas las posibles lesiones relacionadas con el hecho de correr. Se había lesionado el cuboides, un grupo de huesos paralelo al arco del pie cuya existencia ignoraba hasta entonces.

Dado que el protagonista mide un metro ochenta y pesa unos cien kilos, le han dicho muchas veces que la naturaleza pretende que los tipos de su tamaño se colocaran debajo de una canasta de baloncesto o parasen las balas dirigidas al presidente de su país. En los cinco años desde que dejó de jugar al baloncesto para intentar convertirse en un maratonista se había desgarrado los ligamentos, estirado el tendón de Aquiles, torcido los tobillos, sufrido dolores en la planta del pie etc. Ha descendido por aguas rápidas, ha conducido una bicicleta de montaña a través de Dacota del Norte, ha sido corresponsal de tres guerras y además ha pasado unos meses en las regiones más conflictivas de África y todo sin el menor rasguño. Pero, sin embargo, resulta que corre unas pocas millas y, de pronto, se está revolcando en el suelo de dolor.

Correr parece ser la versión atlética de conducir en estado de ebriedad: puedes salir ileso durante un tiempo quizás incluso te diviertas, pero el desastre está esperándote a la vuelta de la esquina. De la misma manera que un martilleo en una roca impenetrable con el tiempo la convertirá en polvo la carga del impacto relacionado con correr puede dañar tus huesos, cartílagos, ligamentos etc.
Finalmente, el médico le pronostica que necesitaría unas plantillas ortopédicas para introducirlas en unas plantillas de control de movimientos. Digamos que el coste total sería de unos tres cientos dólares.

Sin embargo, no se fiaba y un médico amigo le recomendó un podólogo que era demás maratonista así que solicitó cita para la próxima semana.Este nuevo médico le pronosticó cerca de lo mismo. Así que empezó a buscar otro médico. 

Hay algo tan universal en la sensación de correr. La forma en que correr reúne dos de nuestros instintos más primarios. El miedo y el placer. No podía dejar de hacerlo. Corremos cuando estamos asustados, extasiados, cuando huimos de nuestros problemas y correteamos en busca de diversión. Y cuando las cosas empeoran, corremos aún más.

Lo que nuestro protagonista buscaba era ponerse en marcha sin romperse en pedazos. No adoraba correr, pero quería hacerlo.

De nuevo, había vuelto al lugar donde había empezado. Después de meses de ver especialistas y buscar estudios médicos en la Web, todo lo que había conseguido era ver cómo sus preguntas le eran devueltas.

Se preguntaba una y otra vez el por qué todos los demás mamíferos están capacitados para depender de sus piernas excepto nosotros y el cómo es que algunas personas pueden correr como un león mientras que el resto necesitan un ibuprofeno antes de poner un pie sobre el suelo. Eran preguntas muy buenas. Pero aún no había descubierto que los únicos que conocían las respuestas no estaban hablando. Especialmente con alguien como él.
  


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