Cuando volvió de México, llamó a Don Allison, el viejo editor de la revista UltraRunning. Caballo había deslizado un par de detalles acerca de su pasado que valía la pena explorar: había sido luchador profesional de alguna clase y había ganado unas cuantas ultramaratones. Lo de la lucha era extremadamente difícil de comprobar, debido a su intrincada red de disciplinas y categorías.
UltraRunning era menos como una verdadera revista y más como esas cartas simpáticas y llenas de noticias que alguna gente envía en lugar de postales de navidad. Además de los reportes de carreras, cada número tenía unos pocos ensayos escritos voluntariamente por corredores que hablaban de sus últimas obsesiones. No hace falta decir que uno debe empeñarse mucho para recibir una nota de rechazo de UltraRunning, por lo que me daba miedo incluso preguntar acerca de qué había escrito Caballo.
Cuando su artículo apareció en Runner'S World, levantó una buena oleada de interés en los tarahumaras, pero no supuso precisamente una estampida de corredores de élite deseosos de apuntarse a la carrera de Caballo. Para ser exactos, no hubo casi ninguno.
Sin importar cuán excitado uno pudiera estar por la carrera, debía pensárselo dos veces antes de poner su vida en las manos de un misántropo misterioso con un nombre falso a quien sus amigos más cercanos, que vivían en cuevas y comían ratones, seguían considerando algo raro. Tampoco ayudaba mucho que fuera tan difícil averiguar dónde y cuándo tendría lugar la carrera. Caballo tenía su página web, pero intercambiar emails con él era como esperar que un mensaje dentro de una botella apareciera en la playa.
Para revisar su email, Caballo tenía que correr más de treinta millas sobre las montañas y cruzar un río hasta el pequeño pueblo de Urique, donde había convencido al profesor de la escuela de que le dejara de usar el ruidoso ordenador con que contaba. Caballo podía recorrer las sesenta y tantas millas solo cuando hacía buen tiempo, de lo contrario se arriesgaba a morir cayendo por alguna pendiente resbaladiza debido a la lluvia.
Tan solo encontrarse con las palabras 'Caballo Blanco' en su bandeja de entrada suponía un enorme alivio. Por muy despreocupado que pareciera a la hora de asumir riesgos, Caballo levaba una vida extremadamente peligrosa. Cada vez que salía a correr, podía ser la última.
Correr parecía ser el único placer sensual con que contaba su vida, y como tal, lo disfrutaba menos como ejercicio que como una comida gourmet. Incluso cuando su choza casi se vino abajo debido a un alud, Caballo se lanzó a una carrera antes de reparas el techo sobre su cabeza.
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