viernes, 11 de marzo de 2016

Capítulo 20

Acaban de llegar a Batopilas, un viejo pueblo minero clavado dos mil cuatrocientos metros por debajo del filo del cañón. Fue fundado cuatrocientos años atrás, cuando los exploradores españoles descubrieron mineral de plata en el río, y no ha cambiado mucho desde entonces.

Echaron un vistazo a su alrededor y lo único que alcanzaron a ver eran las ruinas de una vieja misión al otro lado del río. Era la casa de Caballo. No tenía techo y sus paredes estaban desmoronándose, cayendo sobre el cañón colorado del que habían salido, como un castillo de arena derrumbándose. Era perfecto; Caballo había encontrado el hogar ideal para un fantasma viviente. Yo solo podía imaginar cuán perturbador debía de ser pasar por allí de noche.

Señaló detrás de ellos un camino. Caballo empezó a escalar, y ellos detrás de él, sujetándose a la maleza para no perder el equilibrio según resbalaban y escarban por el camino de piedra.

Estaba ansioso por alimentarlos y deshacerse de ellos para poder dormir un poco. Los próximos días iban a necesitar toda la energía con que contaban y ninguno había descansado demasiado desde el Paso. Les llevó de vuelta por el pasadizo secreto y a través de la carretera hasta una pequeña tienda llevada desde la ventana de una casa; uno asomaba la cabeza, y si el dependiente Mario tenía aquello que uno necesitaba se lo daba.

Ahora era el momento de llevarlos a una pequeña excursión de calentamiento, según dijo. Tan solo un paseo a una montaña cercana para hacernos probar un bocado del terreno al que tendríamos que enfrentarnos durante la carrera.

Como una milla después, Caballo tomó una pendiente rocosa, erosionada, que subía hacia la montaña. Eric y él bajaron la velocidad y empezaron a caminar, siguiendo el credo del ultramaratonista.

Se estabilizaron en un paso moderado, retrasándose mientras el resto cogía a toda velocidad las curvas en zigzag. Correr cuesta abajo puede fastidiarte los cuádriceps, por no hablar de los tobillos, así que el truco consiste en pretender que estás corriendo cuesta arriba: mantener los pies justo debajo del cuerpo, como un leñador corriendo sobre un tronco, y controlar la velocidad reclinándote y acortando la zancada.

Una media hora después, Caballo volvió corriendo a Batopilas, con la cara roja y bañado en sudor. Se había perdido en una de las bifurcaciones del desfiladero y se había dado cuenta de lo inútil de su misión de rescate, así que había regresado al pueblo en busca de ayuda. Cuando los vio a Eric y a él y a los dos jóvenes talentos de la ultramaratón, exhaustos y afligidos sobre el bordillo, supo lo que Caballo estaba pensando antes de que abriera la boca.

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