martes, 1 de marzo de 2016

Capítulo 1: Nacidos para correr

Durante días había estado recorriendo la Sierra Madre mejicana en busca de un fantasma conocido como caballo blanco. Finalmente, un rastro le llevó al último lugar donde esperaba encontrarlo: lejos de la profundidad del desierto salvaje donde cuentan que se aparece, en el oscuro lobby de un hotel a las fueras de una polvorienta ciudad del desierto.

Tras él oír tantas veces que acababa de irse empezó a sospechar que caballo blanco era una especie de cuento de hadas. Algunos decían que era un fugitivo; otros habían oído que era un boxeador que huía como una especie de castigo tras matar a golpes a un tipo en el ring. Nadie sabía su nombre. Era como un pistolero del lejano oeste.

Pero en todas las versiones de la leyenda de caballo blanco siempre se repetían algunos detalles básicos. Había llegado a México años atrás y se había internado en las barrancas del cobre para vivir entre los tarahumaras, una tribu casi mítica de supératela de la edad de piedra. Son los más grandes corredores de todos los tiempos.

Cuando se trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Pocas personas han visto a los tarahumaras en acción, pero a lo largo de los siglos han ido filtrándose desde las barrancas historias acerca de su resistencia y tranquilidad. Además, custodian las recetas de un alimento energético que los deja en forma. Poderosos e imparables: unos pocos bocados contienen el suficiente contenido nutricional para permitirles correr todo el día sin descanso.

Hoy en día los tarahumaras viven en una ladera de unos acantilados más altos que el nido de un halcón. Las barrancas son un “mundo perdido” en el medio de la más remota zona salvaje de Norte América, famoso por tragarse a los inadaptados que se pierden. Muchas cosas terribles pueden ocurrir ahí.

Caballo blanco había conseguido llegar a las profundidades de la barranca. Ahí supuestamente fue adaptado por los tarahumaras como un amigo y alma gemela. Dominaba la invisibilidad y la resistencia ya que aun cuando había sido visto recorriendo las barrancas, nadie aparecía saber dónde vivía.

Nuestro protagonista estaba tan obsesionado con encontrar a caballo blanco que mientras dormía en el sofá del hotel pudo incluso imaginar el sonido de su voz. De repente abrió los ojos y se encontró con un cadáver polvoriento con un sombrero de paja.
-Caballo dijo con la voz ronca- el cadáver se volvió y se sintió como un idiota. Ese hombre no era caballo. No existía ningún caballo. Todo el asunto era un invento, y él había caído en él.

Entonces el cadáver habló.
 - ¿Me conoces?

- Hombre- explotó, luchando por ponerse de pie-. Me alegra tanto verte.

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