Ann respiraba con bocanadas profundas, violentas. El ascenso final a Hope Pass era una agonía, pero ella seguía recordándose que desde Carl la insultó, nadie había conseguido vencerla en una gran escalada. Unos dos años atrás, ella y Carl estaban corriendo un día lluvioso cuando Ann empezó a quejarse de la interminable y resbaladiza colina que tenían delante.
No solo fue mejor que Carl, sino mejor que todo el mundo; Ann se convirtió en algo así como una implacable cabra de montaña, hasta el punto de que las cuestas se convirtieron en su lugar favorito para apretar el acelerador y dejar a la competencia atrás.
Pero ahora, conforme se acercaba a la cima de Hope Pass, Ann podía echar un vistazo atrás y encontrarse con que Martimano y Juan recortaban distancias a paso seguro, y además parecían tan ligeros y frescos como las capas que bailaban a su alrededor.
Finalmente, alcanzó la cima. La vista era espectacular, si Ann hubiera vuelto podría haber visto las cuarenta y cinco millas de naturaleza salvaje que había entre ella y Leadville. Pero no se detuvo ni para dar un sorbo de agua. Tenía un as en la manga y era el momento de jugarlo. Estaba algo mareada debido a la falta de aire y sus tendones aullaban de dolor, pero Ann apuró la cima y empezó a bajar dando saltitos.
Ann llegó a la marca de las cincuenta millas a las 12:05 de la noche, casi dos horas por debajo del tiempo conseguido por Victoriano el año anterior. Carl la hizo recargar fuerzas con una bebida energética. Según las reglas de Leadvilla, una 'mula' puede acompañar a un corredor durante las últimas cincuenta millas, lo que significaba que Ann tendría ahora un equipo de asistencia hasta el final de la carrera.
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