La revista Runner's World le encargó que fuera en busca de los tarahumaras a las barrancas. Pero antes de empezar la búsqueda del fantasma, necesitaba dar con un cazafantasmas. Salvador Holguin, le dijeron, era el hombre adecuado.
De día, Salvador era un administrador municipal de treinta y tres años en Guachochi. De noche, era un cantante mariachi, que además no lo parecía. El hermano de Salvador, sin embargo, era el Indiana Jones del sistema escolar mexicano; cada año, carga un burro con lápices y cuadernos y se adentra en las barrancas para reabastecer en las escuelas que están al pie de las mismas.
De repente, cuando andaba buscando un guía, se enteró de que Arnulfo Quimare era el más grande corredor tarahumara vivo, y que provenía de un clan de primos, cuñados y sobrinos casi tan buenos como él.
Debido a que habían huido hacia tierras inhóspitas hace cuatrocientos años, los tarahumaras se habían pasado la vida perfeccionando el arte de la invisibilidad. Otros vivían en chozas tan bien camufladas que el gran explorador noruego Lumholtz se sorprendió una vez al descubrir que había atravesado una villa tarahumara sin percibir rastro alguno de casas o humanos. Debemos recordar que los tarahumaras siempre han permanecido fantasmales como hace cien años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario