sábado, 12 de marzo de 2016

Capítulo 21

Tan pronto regresó a las barrancas, empezó a aplicar las lecciones de Caballo. Estaba impaciente por atarse las zapatillas cada mañana e intentar recobrar aquello que había sentido en las colinas de Creel, donde correr detrás de Caballo había hecho las millas tan sencillas, ligeras, suaves y rápidas que no quería parar.

Ya de vuelta, cuando corría proyectaba en la cabeza su propia película mental de Caballo en acción, recordando la manera en que flotaba por las colinas como si estuviera siendo raptado por alienígenas.

Después de dos meses, corría seis millas diarias y diez el sábado o domingo. Su estilo no podía llamarse suave, pero sí se encontraba en un lugar intermedio entre 'fácil' y 'ligero'.

A finales de la primavera, llegó la hora de ponerse a prueba. Gracias a un amigo guardabosque dio con la oportunidad perfecta: un viaje de tres días para correr cincuenta millas por el Río Sin Retorno de Idaho. El escenario era perfecto.

Cuando tres días después se las arregló para bajar la última colina pese al dolor que sentía, al final casi no podía caminar. Llegó cojeando hasta el arrollo y se sentó allí, intentando calmarse a la par que se se preguntaba qué problema había con él. Había tardado tres días en correr la misma distancia del trayecto que había hecho con Caballo, y había terminado con uno de los tendones de Aquiles desgarrados.

Se preguntaba ¿cómo era posible que Caballo pudiera pegarse carreras cuesta abajo más largas que el Gran Cañón llevando sandalias viejas, mientras que él no podía correr tranquilamente unos pocos meses sin una lesión grave?

¿En qué estaba fallando? Se encontraba en peor forma que cuando empezó. No solo no podía correr con los tarahumaras, sino que empezaba a dudar de que la fascitis plantar fuera a dejarle siquiera acercarse a la línea de salida.

Unas semanas después, un hombre con la pierna derecha torcida por debajo de la rodilla, se le acercó cojeando con una cuerda. Le ató la cuerda a la cintura y la tensó. '¡VAMOS!' gritó. Se dobló sobre la cuerda, agitando las piernas conforme lo arrastraba. Soltó la cuerda y salió disparado. 'Cada vez que corras debes recordar la sensación de la cuerda tensada. Ayudará a que mantengas los pies debajo de tu cuerpo, tus caderas dirigidas hacia delante y tus talones fuera de la imagen'.

Por primera vez en su vida, aguardaba las carreras larguísimas no con temor sino con ilusión. Sentía que había nacido para correr. Y, según tres científicos inconformistas, así era.

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