Treinta minutos para que comenzara la carrera. La subida de treinta y cinco millas hasta Urique, como Caballo había pronosticado. En media hora, tendría que hacerlo todo de nuevo sumando quince millas más. Caballo había diseñado un trayecto diabólico: teníamos que ascender y descender mil novecientos metros en un trayecto de cincuenta millas, exactamente la altitud que se alcanzaba en la primera mitad de la Leadville Trail 100. Caballo no era fan de los directores de Leadville, pero a la hora de elegir el terreno, era igual de despiadado.
Ahora, Caballo y el alcalde empezaron a ahuyentar bailarines de la calle y a llamar a los corredores a la línea de salida. Se reunieron todos, formando una colcha de retazos con sus diferentes rostros, cuerpos y atuendos.
De repente, se escuchó el gatillo: ¡Pum!
Los tarahumaras se limitaron a correr. El equipo de Urique partió como una manada, desapareciendo camino abajo en las sombras anteriores al amanecer. El salió lentamente, dejando que el pelotón se adelantara hasta encontrarse en la última posición. Hubiera sido genial tener algo de compañía, pero en ese momento se sintió más seguro estando solo.
Las primeras dos millas eran un paseo por tierra plana, fuera del pueblo y por un camino de tierra hasta el río.
Caballo iba a un cuarto de milla atrás, así que tenía una vista perfecta de Scott y los cazadores del Venado conforme reducían la ventaja con los tarahumaras de Urique en la colina al otro lado del río. Caballo estaba atónito: en el lapso de cuatro millas, el equipo de Urique había sacado una ventaja de cuatro minutos. No solo habían dejado atrás a los dos mejores corredores tarahumaras de su generación, sino también al mejor corredor montaña arriba de toda la historia de los ultramaratones occidentales.
Los tarahumaras de Urique estaban atajando por caminos secundarios y recortando la ruta. En lugar de furia, Caballo sintió lástima por ellos. Se dio cuenta de que los tarahumaras de Urique habían perdido el viejo estilo, y con él se había ido también su confianza. Los disculpaba como amigo, pero no como director de la carrera, así que anunció que estaban descalificados.
Conforme ascendía por la montaña, el sol golpeaba con más fuerza pero, tras el frío de la madrugada, resultaba más estimulante que agobiante. Comenzó a embriagarse con la vista que tenía alrededor, observando cómo el sol se alzaba sobre la falda de la montaña, tiñendo el río de dorado. En breve se encontraría a la altura de esa cima.
El único rival era el camino. Nadie más. Solo el camino. Antes de empezar el ascenso a Los Alisos se detuvo para tranquilizarse. Metió la cabeza en el río y la mantuvo ahí, con la esperanza de que el agua le enfriara las ideas y el oxígeno se devolviera de golpe a la realidad. Acababa de llegar a la mitad del camino, y solo había tardado cuatro horas. Estaba tan encima de sus posibilidades que empezaba a ponerse competitivo.
A lo lejos, el río parecía un dibujo de tiza descolorido. No podía creer que hubiera corrido esa distancia. Ni que estuviera a punto de volver a hacerlo.
El ruido de su respiración agitada, producida por el esfuerzo de la escalada, empezó a perder volumen cuando se sentó.
Desde lo alto de la colina, podía ver el centellear de las luces verdes y rojas que colgaban del camino hacia Urique. El sol se había puesto, lo que le había dejado corriendo a través del crepúsculo gris plata de las barrancas, un brillo como de luna que se posaba, invariable, haciendo que todo excepto uno mismo pareciera detenido en el tiempo.
Había tardado más de doce horas, lo que significaba que Arnulfo y Scott podrían haber hecho el recorrido una vez más y aun así me habrían ganado.
Ahora, Caballo repartiría los premios en metálico emocionado. Estaba satisfecho viendo cómo su sueño se hacía realidad delante de sus ojos.
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