Una vez concluido el campeonato, fue a la selección nacional
y, de esa manera, empezó con la dinámica de competir durante los veranos. Así
empalmaba con la temporada siguiente con apenas unos días de descanso.
Su segundo año como cadete fue clave en su crecimiento como
persona y como jugador.
En septiembre, al comienzo de la pre-temporada, unos dolores
de espalda le obligaron a dejar de entrenar. Tras pruebas de todo tipo, el
médico redactó un informe en que aseguraba que tenía que abandonar la práctica
del deporte debido a una lesión incurable de espalda.
Tenía tan solo quince
años y lo recuerda como si fuese ayer. Todos sus sueños de niñez se
desvanecieron. Empezó un plan de recuperación con el preparador físico del
equipo. Gracias a él y a sus contactos en Alemania pudo ir a un especialista de
dicho país el cual le diagnosticó una malformación en las vertebras y le habló de una larga y dolorosa rehabilitación si quería volver a jugar.
Cuando ya
nadie creía en él se cruzó en mi vida Pedro Chueca, fisioterapeuta de la
selección nacional cadete. Con él empezó un duro proceso que finalmente tuvo
sus resultados y volvió a jugar.
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